Por Guillermo Cieza
Lo nuevo son los procesos de inestabilidad política que se están desarrollando en los tres países más influyentes de la región: Brasil, Argentina y México.
El contexto
– El escenario mundial está caracterizado por el proceso de repliegue agresivo del imperialismo norteamericano, que continua empantanado en las guerras iniciadas (Afganistan, Irak), que retrocede en Medio Oriente (no pudo resolver a su favor el conflicto de Siria) y que empieza a perder influencia en esa zona (Turquia) y en el Pacifico (Corea del Norte), ante el avance de China y sus aliados. En ese retroceso agresivo se advierte un mayor interés en influir en Latinoamérica, a la que considera su patio trasero. Con la administración Trump hay algunos cambios en esa agresividad en relación al gobierno de Obama. Es evidente que la beligerancia verbal ha aumentado y que se han realizado gestos políticos muy hostiles, como la instalación de la embajada yanqui en Jerusalén, pero también es cierto que no ha iniciado nuevas guerras, que ha realizado menos bombardeos y ha producido menos víctimas civiles y militares en los países agredidos. También es evidente que Trump, preocupado por fortalecer su economía doméstica, pide mucho más de lo que da a sus amigos
– En Latinoamérica el dato más saliente de los últimos años fue el avance del proyecto neoliberal que desde un puñado de países que se expresaban en la Alianza del Pacifico (Mexico, Colombia, Perú y Chile) ha avanzando apoderándose, mediante golpes parlamentarios, de los gobiernos de Paraguay, Honduras y Brasil y por elecciones en Argentina y Chile. La incapacidad de los proyectos neodesarrollistas de resistir el avance neoliberal se expresa además en el giro derechista del gobierno de Ecuador y en los conflictos que transita el gobierno de Nicaragua, asediado por una protesta de origen popular. La excepción siguen siendo los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia, que proponiéndose un horizonte socialista, sostienen su resistencia en un control efectivo de sus Estados y en el desarrollo de organismos populares, que han permitido garantizar la supervivencia de los proyectos.
– Lo nuevo en el escenario latinoamericano son los procesos de inestabilidad política que se están desarrollando en los tres países mas grandes e influyentes de la región: Brasil, Argentina y México.
En Brasil, las fuerzas mediáticas, judiciales y partidarias que dieron un golpe parlamentario a Dilma Roussef no han podido consolidarse políticamente, hay un crecimiento de las protestas sociales y hoy el gobierno de Temer tiene el apoyo de menos del 5% de la población.
En Argentina la resistencia popular y el desmanejo económico del gobierno lo ha sumergido en una profunda crisis que provocan un ajuste feroz y un aumento de la conflictividad social, poniendo en riesgo la reelección del partido de gobierno. .
En México ha triunfado el candidato de Morena, Lopez Obrador, que expresa un proyecto político que cuestiona por izquierda las políticas de sumisión a EEUU y la entrega de bienes naturales y empresas estatales a las multinacionales gringas. Sin ser un proyecto de horizonte socialista, es probable que refuerce el papel del Estado y tenga una política de mayor autonomía frente a las órdenes imperiales, cambios que, por su condición de país grande y productor de energía y alimentos, puede representar algún alivio a los países que todavía resisten la embestida del neoliberalismo.
– Estas noticias positivas se opacan por los resultados de las elecciones en Colombia donde la elección de Ivan Duque como nuevo presidente, trae de regreso al uribismo, lo que significa que el sector de la burguesía más involucrado en el negocio de la guerra y el narcotráfico vuelve a ser gobierno. Esos datos se agravan porque Colombia, el país de Latinoamerica con más bases militares yanquis, es socio de la OTAN y tiene un enorme poderío militar, sólo superado en la región por Brasil. También es vecino de Venezuela. Este dato es muy preocupante ya que Colombia, desde hace varios años, viene actuando agresivamente contra el proceso bolivariano, promocionando los mercados ilegales de divisas, el contrabando y la infiltración del paramilitarismo.
– En Venezuela, la reelección de Nicolas Maduro dará mas tiempo para que el proceso bolivariano pueda desatar nudos que lo ahogan economicamente y que ponen en peligro su supervivencia. Lo que es seguro es que la revolución sigue viva en el pueblo chavista. Que siga viva en el gobierno, es discutible.
Las particularidades del proceso argentino
En Argentina, el gobierno de Macri ha tejido alianzas con el eje más agresivo del imperialismo en decadencia (EEUU- Israel-Colombia), aceptando la instalación de tres bases militares norteamericanas, profundizando el saqueo de nuestros bienes naturales y ejecutando un feroz ajuste neoliberal. Bajo la supervisión del FMI, con su saldo de despidos, baja de salarios, pérdida de conquistas laborales, reducción del presupuesto de salud, educación y vivienda, baja de jubilaciones y subsidios sociales.
La Argentina tiene además, la particularidad de que siendo el país de Latinoamérica donde existe el mayor nivel de movilización popular y de resistencia al neoliberalismo. Y contando con un movimiento de mujeres de vanguardia en el mundo (que aporta a la democratización y a la prefiguración de relaciones en la lucha popular), es también uno de los países de Latinoamérica, donde las alternativas políticas revolucionarias parecen tener menos posibilidades en el futuro inmediato.
La resistencia al macrismo parece repetir un escenario de desenlace muy similar al producido en 2001, donde el pueblo puso las luchas, los despidos y los muertos, pero la crisis sistémica fue capitalizada por fuerzas políticas que venían cogobernando.
La derrota recibida por el progresismo político promovió una autocrítica que parece haber quedado en suspenso frente a la posibilidad de volver al Estado en las elecciones de 2019. Ese regreso no se daría de la mano de Cristina Fernandez, sino tragándose el sapo de apostar, “para derrotar a Macri”, a figuras políticas como la de Felipe Solá. Este político, que fuera Secretario de Agricultura de Menem (1989-1991 y 1993-1999) Vicegobernador y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires (1999-2002 y 2002-2007), vinculado a la introducción de la política de agronegocios y a la entrega del litoral marítimo a las empresas multinacionales, preanuncia una salida que ni siquiera tendrá los matices progresistas del período kirchnerista.
La izquierda independiente o popular, más pendiente de la novedad que de la construcción de un referente de poder político alternativo, transita sin pudor del esencialismo piquetero al esencialismo de género. Va y viene entre un antielectoralismo cerril y penosas aventuras electoralistas, reemplaza “perfomances” por politización masiva, confunde corporativismo con la defensa de los intereses populares. No carece de experiencia acumulada, contrucciones valiosas y referentes que podrían aportar a un cuerpo teórico con alguna solidez y coherencia, pero sí carece de vocación política de construir un proyecto de poder, de voluntad de incomodarse.
Que la coherencia expresada en repetir lo mismo que hace 20 años (y hace 100 años), conviertan a la izquierda tradicional expresada en el FIT en la expresión más congruente de esa resistencia, es otro síntoma de ese panorama político desolador. Debemos andar muy perdidos si lo más avanzado proviene de quienes no se enteraron de la Revolución Cubana, del Mayo Francés, de las experiencias revolucionarias latinoamericanas de los 70 y de principios del siglo XXI.
Para no pecar de pesimista se puede advertir que las nuevas luchas populares de resistencia al macrismo han incorporado a cientos de miles de jóvenes, que quizás puedan retomar las tres dimensiones imprescindibles para quienes se propongan transformaciones sistémicas: la cuestión nacional, el reconocimiento de la historia previa de las luchas de los trabajadores y la vigencia de la lucha de clases.