Por Eduardo Sarmiento Palacio
No obstante que la economía creció 1,8 % en 2017 y decayó en el último mes, el FMI, el Banco Mundial y el Gobierno proyectan un crecimiento cercano a 3 % en el presente año. La diferencia no corresponde a la realidad de la economía, sino a errores de diagnóstico y percepción. No se sigue un método científico para realizar y ajustar las previsiones estadísticas.
Las cifras reveladas al final de la semana por el DANE confirman la tendencia declinante de la economía. Por cuarto año consecutivo disminuyó la tasa de crecimiento del producto. Los anuncios oficiales de recuperación al final del año no se dieron; en diciembre las ventas del comercio cayeron 3,8 %. Aún más recientes son las cifras sectoriales. La industria, la construcción, la minería, el comercio y las exportaciones industriales y agrícolas registran índices negativos. La excepción es el sector financiero.
Las causas del comportamiento han sido descritas en columnas anteriores. El país opera con una política macroeconómica que no está en capacidad de mantener el balance externo entre el déficit en cuenta corriente y los recursos financieros para financiarlo y el balance interno entre el ingreso nacional y el gasto. El Banco de la República se justificó bajo la premisa de que el balance externo se logra por conducto de la modalidad de cambio flexible, y el balance interno con la política monetaria de tasas de interés con un apoyo menor de la política fiscal. El esquema entró en crisis en el último lustro. La modalidad de cambio flexible no está en capacidad de alcanzar el balance externo dentro de una estructura comercial deficitaria altamente dependiente del petróleo y la minería. El mecanismo no evitó que el déficit en cuenta corriente llegara a 6 % del PIB y precipitó una devaluación masiva que no lo ha reducido en forma apreciable. La estabilidad cambiaria se consigue con una política contractiva de déficit fiscal menor que el déficit en cuenta corriente.
El balance interno queda por cuenta de la política monetaria de tasa de interés, que es inefectiva en un mundo de tasa de interés cero. La intervención del Banco de la República por conducto de la tasa de interés de referencia no afectó significativamente la tasa del crédito y sobre todo el volumen, que es lo que vale al final. La baja más reciente fue seguida por la elevación de la tasa de usura y del consumo. Así las cosas, la economía opera con un exceso de ahorro (ingreso nacional por encima del gasto) que impide que la liquidez entre a la economía y que la producción sea adquirida por el público.
No es fácil entender la pasividad ante el deterioro persistente de la economía. Los monumentales desaciertos de anticipación de los organismos internacionales y el Banco de la República, que en la práctica son los gestores de la política económica, no merecen la menor explicación. Los números se cambian sin explicar las razones del incumplimiento y diciendo que todo mejorará en el futuro. La solución no se consigue modificando las instituciones y las teorías que causan los daños, sino creando falsas ilusiones.
El estancamiento de la economía es la consecuencia de la ineficacia del modelo del banco central autónomo, flexibilidad cambiaria y la austeridad fiscal. Mientras la política económica gire en torno a las tasas de referencia y déficits fiscales inferiores al déficit en cuenta corriente, la economía se mantendrá con exceso de ahorro y no podrá superar las tasas de crecimiento de 2 %. La solución la he sugerido en oportunidades anteriores. Es necesario abandonar la autonomía del Banco de la República y reemplazarla por la coordinación con la política fiscal, intervenir el tipo de cambio y adoptar una política de protección industrial y agrícola orientada a impulsar las actividades de mayor demanda.
El Espectador, Bogotá.