DIARIO RED /
La respuesta del Gobierno de Colombia ante la reciente crisis con la Casa Blanca, ubica al país como vocero del Sur Global en temas migratorios, “uno de los más espinosos del último tiempo y que puede llegar a adquirir la relevancia en las relaciones Bogotá Washington que hasta ahora sólo había tenido el narcotráfico”, sostiene en su más reciente columna periodística el nuevo vicecanciller Mauricio Jaramillo Jassir, cuyo nombramiento fue dado a conocer por el presidente Gustavo Petro a través de su cuenta en la red social X, el pasado domingo 2 de febrero.
En su nota periodística publicada en Diario Red de España, el nuevo alto funcionario señala que si bien Washington y Bogotá han sido aliados desde hace varias décadas y han mantenido unos óptimos canales de comunicación, “se debe recalcar que, si bien hay una correlación de fuerzas en favor del primero, eso no implica renunciar a una relación entre iguales partiendo del reconocimiento mutuo de la soberanía”.

Lamentó también “la forma como se cubrió” por parte de los tradicionales medios de comunicación la respuesta del presidente Petro a las deportaciones masivas decididas por Donald Trump, lo cual “sacó a flote los sesgos corporativos más velados y los prejuicios en contra de los derechos humanos”.
Los términos de la columna del nuevo Vicecanciller son los siguientes:
Petro y Trump, la diplomacia del disenso
POR MAURICIO JARAMILLO JASSIR
Con la crisis diplomática entre Gustavo Petro y Donald Trump sólo hay perdedores, pero sin duda quedan lecciones valiosas y sobre todo un avance fundamental en la visibilidad de la vulnerabilidad de nuestros migrantes.
La sociedad colombiana no se puede acostumbrar al simplismo de los medios cuando se trata de describir, informar o —en pocos casos analizar— las crisis o impasses diplomáticos. La forma como se cubrió la respuesta de Gustavo Petro a las deportaciones masivas decididas por Donald Trump sacó a flote los sesgos corporativos más velados y los prejuicios en contra de los derechos humanos. El centro de la noticia era la vulneración patente y flagrante de los derechos de migrantes latinoamericanos, no sólo colombianos, pero terminó reducida a un enfrentamiento entre los mandatarios y cuyo principal ángulo de análisis ha sido la repetida fórmula —tomada prestada del deporte— de quién ganó el pulso. Con la crisis sólo hay perdedores, pero sin duda quedan lecciones valiosas y sobre todo un avance fundamental en la visibilidad de la vulnerabilidad de nuestros migrantes. Se logró además una repatriación en condiciones dignas tal como lo había solicitado el Presidente colombiano. Ahora bien, hay mucho más en juego.
En medio de las tensiones Estados Unidos decidió una serie de medidas de retorsión como la suspensión de los visados y la imposición de nuevos aranceles con efectos sensibles en una economía que es dependiente y cuya sensibilidad frente a lo que suceda en Washington creció desproporcionalmente con la firma del Tratado de Libre Comercio en épocas de Uribe Vélez. Los medios se centraron en las medidas impuestas por Washington, lo cual es comprensible por la relevancia de la coyuntura económica y el temor fundado y comprensible de quienes necesitan viajar por razones familiares (en EE.UU. viven 40 millones de latinos).

Sin embargo, la empatía de los medios se agotó en esos dos aspectos, y en lo que tiene que ver con los deportados el énfasis se fue en escarbar en su pasado judicial para determinar si era cierto o no la acusación de Trump de que se trataba de delincuentes. Poco o nada se habló de las condiciones denigrantes que llevaron a la decisión del Gobierno nacional. Son normales las controversias entre los Estados, pero Washington y Bogotá han sido aliados desde hace varias décadas, pero se debe recalcar que, si bien hay una correlación de fuerzas en favor del primero, eso no implica renunciar a una relación entre iguales partiendo del reconocimiento mutuo de la soberanía.
El papel de los medios no puede ser limitarse a reflejar esa abismal diferencia de capacidades entre el Estado por excelencia del Norte Global, primera economía, principal potencia militar y todavía el más influyente financieramente, y otro del Sur. En este momento de la globalización con efectos dispares corresponde a la prensa visibilizar los temas que no son siempre prioridad para los Estados como los derechos humanos y en este caso en particular, la migración. Claro, para buena parte del Norte Global los flujos migratorios que ocurren desde la periferia terminan interpretados como una amenaza por parte de sectores que con éxito han impuesto una asociación entre la irregularidad con la criminalidad. El migrante termina siendo un delincuente y el término “migrante ilegal” no sólo es invocado por los políticos, generadores de opinión o militantes de las derechas sino por los medios de comunicación que privilegian la perspectiva securitaria.
La migración requiere de una formación en términos, perspectivas y ángulos para evitar la estigmatización de los migrantes y a su vez mostrar todas las caras de la moneda. La crisis Bogotá y Washington debe entenderse bajo el marco de una serie de señalamientos hechos por Donald Trump desde que fuera candidato apuntando a que los latinoamericanos se comen a sus animales domésticos y bajo la premisa de que el restablecimiento del prestigio de Estados Unidos en el mundo se hará a expensas de los migrantes. Desde el primer día de gobierno se produjo una maratónica firma de ordenes ejecutivas que llevaban a la realidad propósitos que se veían solamente como anuncios electorales pero imposibles por su efecto sobre las garantías en millones de ciudadanos.
La respuesta de Colombia la ubica como vocera del Sur Global en temas migratorios, uno de los más espinosos del último tiempo y que puede llegar a adquirir la relevancia en las relaciones Bogotá Washington que hasta ahora sólo había tenido el narcotráfico. Fue común en Colombia que algunos autores hablaran de la narcotización de la agenda para describir la manera en que el tema parecía copar la agenda. Luego, la lucha contra el terrorismo a comienzos de los 2000 se reflejó en Colombia autorizando los dineros inicialmente destinados a la lucha contra cultivos de uso ilícito al combate contra las guerrillas. El país se terminó involucrando por iniciativa propia en el radar de la entonces guerra global contra el terrorismo. Por cuenta de aquello fue de los pocos que en América Latina apoyó la invasión a Irak.
En la época de Obama, se apoyó el Plan Paz Colombia, un giro que buscaba el involucramiento en el proceso de diálogo con las FARC. Desde entonces, Washington ha sido clave en el desarrollo de iniciativas en el marco del postconflicto. Poco a poco se han venido instalando temas vinculados a la paz, pero sin que se hubiese contemplado hablar seriamente de migraciones. La omisión es responsabilidad de todos los gobiernos colombianos anteriores que se fueron por las ramas o mejor solamente de aquellos temas donde hubiese consensos. Pero la diplomacia no es solamente abordar los temas de coincidencias, sino que significa confrontar desde el respeto a la soberanía las diferencias fundamentales como ocurre en la actualidad con el trato a los migrantes. En este abordaje de los disensos es indispensable que los medios superen el mito de que las controversias entre Estados se saldan con ganadores y vencedores. El centro del análisis debe estar en aquello que está en juego, en los intereses que explican las posturas y en el caso de coyunturas vinculadas a los derechos humanos requiere que emerjan las voces de las víctimas, presuntas o confirmadas.
Diario Red, España.