Por Eduardo Sarmiento Palacio
La información del primer trimestre revela un deterioro acelerado de la economía. El producto nacional crece por debajo de la población; el ingreso per cápita desciende. La minería, la industria y la construcción se mantienen con índices negativos, y ahora el comercio, que constituye la variable más estable de la economía, ingresó al mismo grupo.
Ante el desconcierto por lo inesperado, los gestores del modelo económico han salido a cuestionar a sus antiguos compañeros por no adoptar posiciones objetivas con respecto a la situación crítica de la economía. Luego de que durante varios años se unieron para descalificar a quienes no compartían su doctrina, ahora se culpan los unos a los otros.
Definitivamente, los fracasos no tienen padres. El silencio neoliberal no se debe tanto al temor de discrepar con la línea oficial como a la resistencia a reconocer los errores. Desde hace veinticinco años ha existido un total unanimismo en los círculos influyentes sobre la economía. Hace poco estuvieron de acuerdo con la devaluación masiva, el alza de las tasas de interés, la reforma tributaria basada en el IVA. En esencia, estaban alineados con la ortodoxia del FMI de enfrentar los desequilibrios de la balanza de pagos con devaluación y austeridad fiscal. El drama es que el consenso ha girado alrededor del libre comercio y la autonomía del banco central para bajar la inflación, y ambas concepciones están haciendo agua.
La apertura económica gobernada por la ventaja comparativa dio lugar a un perfil comercial basado en productos que pueden ser elaborados más fácilmente. La diferencia de productividad con respecto a Estados Unidos es igual a la de hace diez años. Se indujo una estructura de baja productividad y complejidad y escasa demanda externa. La insuficiencia sólo se vino a ver cuando la devaluación masiva no afectó las exportaciones y recayó en las importaciones que arrastraron consigo la inversión.
Lo anterior hizo corto circuito con la organización monetaria fundamentada en el equilibrio; las acciones de las autoridades económicas se reducen a establecer las tasas de interés señaladas por la inflación y el mercado. Sin embargo, el sistema se encuentra en un total desequilibrio, que tiene la manifestación más clara en los índices negativos de liquidez, como los medios de pago, la base monetaria y el crédito. Se configuró la típica situación de exceso de ahorro sobre la inversión o, si se quiere, de ingreso nacional por encima del gasto en inversión, consumo y exportaciones.
Luego, dentro de un total error de diagnóstico, en el que incurrieron el FMI, las firmas calificadoras, los centros de estudio y el Gobierno, confiaron en que la reactivación de la economía se lograría mediante una reforma tributaria basada en el IVA. Las cosas resultaron al revés. La reforma tributaria acentuó la caída de la demanda y agravó la dinámica de exceso de ahorro. El gasto cae más rápidamente que el ingreso, como lo ilustran los indicadores de comercio e inversión, y la economía tiende a un deterioro progresivo.
Frente a este panorama crítico, el Gobierno y los centros de estudios cercanos no han avanzado en un diagnóstico del retroceso ni en recetas convincentes para superarlo. Se equivocan de nuevo. La solución requiere una política industrial que contrarreste con el aprendizaje en el oficio la diferencia de productividad con los países industrializados, a tiempo que establezca metas y compromisos sectoriales; una política agrícola que propicie el aprovechamiento de las economías de escala en los cereales y la ganadería, y una organización macroeconómica de intervención cambiaria y coordinación fiscal y monetaria que les dé prelación a la balanza de pagos, la producción y el empleo.
El Espectador, Bogotá.