Por Julio Anguita*
Hay que enfrentarse a la globalización desde el terreno de la información, del conocimiento, de la didáctica, de la organización y de tener muy claro que ése es el enemigo.
Todo análisis, todo debate que no conduzca a la acción inmediata es, simplemente, un ejercicio académico. Creo, por tanto, que sesudos estudios que deben hacerse si no tienen correlato en la acción inmediata política, éstos quedan para los anaqueles de las librerías. ¿Qué quiero decir? Me refiero a algo que el genio de Lenin dejó para siempre, que yo he intentado traducir de la siguiente manera. Para mí hay tres verbos en infinitivo que definen, de una manera muy resumida y sintética -incluso simplista- la filosofía política de Lenin. El primero es “designar”, es decir, señalar quién es el enemigo que tenemos que batir, cosa que hoy se ha perdido en muchos lugares de la izquierda. Una vez que se señala y se designa, viene la segunda parte: se describe, se analiza, se va mostrando qué partes tiene, qué componentes… a fin de que la gente lo vaya reconociendo y vaya asumiendo que realmente, ése es el enemigo. El tercer verbo es “definir”, que significa resolver, construir la alternativa. Para mí el genio de Lenin tiene esto en máximo grado, es decir: designa, describe y define. Digo esto porque en estos momentos, si Lenin tuviese que señalar cuál es el enemigo diría “globalización”.
Voy a explicar por qué, aunque de manera reducida, porque esto que nos trae aquí hoy exigiría varios seminarios. Así que voy a ser esquemático porque no puedo ahondar en profundidad, pero voy a intentar dar una imagen. Esto se llama la técnica del estarcido, de la misma manera que cuando hacemos agujeros en un papel y echamos un pigmento, al levantar el papel queda allí una imagen.
Por qué la globalización es el enemigo que hoy Lenin hubiese designado, definido y después pondría la práctica para enfrentarse a él, sobre todo en un aspecto fundamental: el aspecto ideológico. Recalco -y creo que en Lenin esto estaba clarísimo- que la lucha es económica, de acuerdo, pero para mí la lucha es fundamentalmente ideológica: lucha de idea contra idea. Sin eso estamos perdidos, como voy a intentar demostrar a continuación con la cuestión de la globalización.
¿A qué llamo globalización? Se nos dice que es, ni más ni menos, la multiplicación del comercio, que el mundo se está transformando en una aldea global, que las mercancías van de un lugar a otro… es cierto, pero leyendo un brevísimo texto voy a dar simplemente unos datos: en 1870 el comercio representaba el 9% del Producto Interior Bruto del mundo, el 15% en los años 70 y actualmente está en el 45% del PIB. Efectivamente, la economía se ha internacionalizado, a esto lo llamamos “mundialización” o “hiper-mundialización” de hecho, hubo una vez un debate en el Partido Comunista sobre si a esto lo llamábamos “globalización” o “mundialización”, yo creo que ése es un debate propio de la Universidad de Salamanca sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler. Ese debate se dio en dicha universidad en el siglo XVI. Creo, efectivamente, que la globalización es mundialización, pero hay algo más; vamos a intentar desentrañarlo, para ello voy a traer a colación una serie de textos que son como el estarcido, son los puntos que nos van a llamar la atención y nos van a ir conduciendo a la definición.
Estos textos son los siguientes: Margaret Thatcher con su famosa TINA, “No hay alternativa” le dijo a los mineros y obreros ingleses: “No tenéis alternativa”, esto es grave porque hasta hace relativamente poco tiempo, los comunistas y la izquierda éramos satán, el demonio, los malignos… ahora somos tontos. Esto significa que el enemigo nos ha perdido el respeto, se ha crecido porque considera que su filosofía ha ido avanzando en nuestras propias vidas. Cuando Margaret Thatcher dice “No hay alternativa” lo que dice es “¿qué es lo que ustedes traen al mundo? Cuáles son sus valores, su práctica” pero Thatcher, que creo es un personaje importante dentro del mundo del conservadurismo y del neoliberalismo, dice algo más: “No existe la sociedad, solamente hay hombres, mujeres y familias”, consecuentemente sólo hay derechos individuales, desaparecen los derechos sociales. Hoy cogemos un periódico o vemos una tertulia y se está hablando de los derechos de las minorías y no se habla de los derechos colectivos, con lo cual nos creemos que hemos avanzado mucho en el terreno de la defensa de los derechos, obviando todos los derechos sociales. Un ejemplo: cuando la derecha -y mucha gente de la supuesta izquierda- plantea hablar de los Derechos Humanos se quedan en el artículo 21 de la Constitución española, los derechos de las minorías, los derechos de la igualdad, los sindicatos, los partidos políticos, la seguridad jurídica… pero a partir del 21 viene el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a que haya vacaciones periódicas pagadas, a que las mujeres cobren lo mismo que los hombres cuando hacen el mismo trabajo… se obvian, porque son derechos sociales. ¿Veis la perspicacia de Thatcher? Al decir que solamente hay personas y familias, que no hay sociedad y que no existe, va buscando el camino de meternos la idea que lo importante son los derechos individuales y no los colectivos. Pero Thatcher -que no era tonta- dice más: “la economía es el método objetivo para cambiar el corazón y el alma”. El corazón y el alma, los valores y las visiones alternativas, la economía sirve para cambiar todo nuestro pensamiento.
Hay más textos. Hace cuatro años tuve un debate en la Fundación Canal en Madrid, con el que entonces era el consejero de Economía de la Comunidad Autónoma de Madrid, Percival Manglano, un prohombre del Partido Popular. En un momento del debate, me dice: “Señor Anguita, desengáñese usted, la democracia llevada a sus últimas consecuencias lleva inexorablemente al populismo y a la demagogia y, por tanto, necesita ser corregida”, le pregunté sobre cómo se corrigen esos supuestos excesos de la democracia. ¿Era el Parlamento, la ley, los trabajadores? “No, no, no –respondió- es el mercado. El mercado corrige a la democracia”. Y había gente allí que asentía con la cabeza. Estábamos entrando ya en lo que hoy tenemos, es decir, empezaban a destilar unas ideas que hoy tienen cabida en una inmensa multitud de personas, estoy hablando también de trabajadores, el dominio ideológico.
Sigamos con otros ejemplos que van, como en el estarcido, diseñando lo que después voy a intentar explicar.
Hans Tietmeyer, quien fue presidente del Deutsche Bundesbank alemán, soltó un día en 1994 lo siguiente: “Los políticos deben aprender que no pueden enfrentarse a lo que digan los mercados”, más claro, agua. La hipótesis es la siguiente: si los políticos no pueden enfrentarse a lo que dicen los mercados, ¿por qué hay elecciones? Las hay porque hay que mantener la apariencia de que sirve para algo. Esto es tremendo, pero también es pecata minuta si lo comparamos con los textos que van a continuación.
Por ejemplo, cuando un primer ministro de Portugal dice: “Hemos alcanzado en términos de competitividad el límite de lo sostenible en bienestar social”. Es decir, la competitividad es contradictoria con el bienestar social. Este mismo ministro dijo en una asamblea en torno al Tratado de Lisboa que “el estado de bienestar es incompatible con el mercado”. Esto se dijo y se explicó, pero además, es que lleva razón. Lo que pasa es que lleva una razón y lo dice el que ya se considera vencedor, como cuando Warren Buffett -el multimillonario americano- afirma: “La lucha de clases existe, pero la mía va ganando” es decir, están reconociendo ¿por qué? se sienten victoriosos. Recalco esto.
Hay otro momento, en el que el primer ministro Édouard Balladur de Francia le encarga a una comisión de expertos que le diga las consecuencias que va a tener el mercado único. El informe presentado planteó lo siguiente: “Se trata de fabricar allí donde es menos caro y vender donde existe poder de compra. Hoy existe un divorcio entre el interés de la empresa y el interés de la nación”. Consecuentemente, la empresa en determinados momentos dentro del concepto de la globalización se enfrenta a la nación. Por lo tanto, nosotros tendremos que pensar que defender la soberanía nacional, es una manera de luchar contra la globalización -algo que sería objeto de un debate aparte- porque lo está diciendo claro: los intereses de la empresa se enfrentan a los intereses de la nación.
Pongamos algunos ejemplos más. “La Carta Social Europea tendría un impacto muy negativo sobre la competitividad, el crecimiento y el empleo”. En el año 1961 se firmó la Carta Social Europea, España la firmaría muchos años después, en 1977 y es de obligado cumplimiento, tiene el mismo rango de obligación que el Tratado de Maastricht. No se ha cumplido para nada. Esa Carta Social Europea se ha puesto al día en 1996 y ahora hay circulando un escrito pidiendo que el Estado español reconozca esa ampliación. Pero fíjense ustedes, la Carta Social Europea es incompatible con los intereses del capital, lo dicen ellos.
Pero hay más: “España no sólo debe liberalizar más su mercado laboral sino también sumar su voz a la de los países opuestos a la denominada Carta Social”, documento signado por el Reino de España. “La convergencia real requiere mercados mucho más flexibles, impuestos más bajos y sistemas de protección social públicos menos generosos” y ya, una de las barbaridades mayores -pero que la dicen con toda naturalidad-: “La reforma debe suponer que las magistraturas no intervengan en decisiones estrictamente empresariales” esto significa que las magistraturas de trabajo no deben existir ¿por qué? Porque los conflictos los resuelven los empresarios y los trabajadores sin que intervenga la ley. Esto es síntoma de un ataque al llamado Estado de Derecho.
“Se impone una reforma del mercado laboral y una privatización de servicios públicos”, sostiene Rodrigo Rato. “Es necesaria una política económica que se fundamente en la moderación salarial”, precisa Luis Álvarez Rojo, gobernador del Banco de España y, para terminar: “Hay que moderar los salarios”. dice un tal José María Aznar.
Con todo este recorrido, aunque nos podríamos extender más, vemos que estamos ante algo que es más que la hipermundialización. La fuerza que hoy tiene la globalización se debe a que es una visión del mundo, es una cosmovisión. El Manifiesto Comunista, el marxismo, fue y es una visión del mundo, tiene sus valores, es una explicación histórica de la lucha de clases, con un fin, con un sujeto al que se le atribuye la transformación social y la revolución; pero la globalización en estos momentos, no es sólo el desarrollo del comercio mundial, es una visión del mundo con sus valores, sus contravalores, su filosofía y, por tanto, tiende a luchar en el terreno ideológico, tiende a meternos en la cabeza sus valores.
Vamos a acercarnos a eso, aunque primero por la superficie. Cuando en un telediario, a propósito de la entrada de un nuevo país en la Unión Europea, el locutor afirma: “Van a entrar en la Unión Europea treinta millones de consumidores” fíjense bien, no dice treinta millones de personas sino treinta millones de consumidores… y lo asumimos. Pero hay más, en algunas entrevistas a mí me han preguntado: “y usted qué vende”, a lo que yo respondía: “mire usted, yo no vendo nada, yo explico un programa político”. Es su filosofía, sus valores se nos están metiendo aquí en la cabeza porque es una cosmovisión y, como tal, tiene tres valores fundamentales que se nos han metido en el tuétano, yo lo llamo la Santísima Trinidad de la Globalización.
El dios Mercado
El mercado es el que decide y contra él no se puede ir -Tietmeyer: los políticos deben aprender a obedecer las órdenes de los mercados- y hoy vemos en los telediarios que los mercados no van a consentir esto o lo otro… pero ¿qué son los mercados? Los mercados son poderes económicos, personas con nombre y apellidos pero se utiliza una palabra para evitar señalar que son personas concretas; esto se llama una perífrasis, cuando yo no quiero mencionar una cosa por su nombre real utilizo una aproximación; por ejemplo, la palabra “faraón” era una perífrasis que significaba “la gran casa” porque el nombre del faraón no se podía pronunciar. Pues bien, yo digo “mercado” para darle un toque de misterio y evitar decir las multinacionales, los empresarios o la banca porque se ven en seguida. A esa perífrasis de “mercado” le atribuyo poderes extraordinarios, ¿qué poderes? Cuando llegamos a la globalización ¿cómo es ésta definida?: “La globalización plantea la existencia de fuerzas que nadie ya puede controlar y que está transformando el sistema mundial”.
Vámonos ahora al Islam. Islam significa “sometimiento a la voluntad de dios”. Dios es el que decide, contra sus designios no se puede hacer nada… Resulta que la globalización ya es dios, el mercado pone en marcha poderes contra los que no se puede actuar, es decir, nos está aplicando la resignación y claro, oímos en la calle “es que la economía… no se puede…”, será con qué tipo de economía en todo caso. Si vais a las facultades de economía no se enseña más que una economía, la neocapitalista. No existen las demás. Yo recuerdo que cuando estudiaba Historia de la Economía en la Universidad de Barcelona, nos explicaban las distintas visiones de la economía, ahora se enseña una sola visión de la misma. Veis ya cómo la globalización va imponiendo no sus intereses económicos, sino su filosofía.
Veamos el segundo dios: la competitividad.
La competitividad es que hay que vender como sea, pero claro, si utilizamos la lógica más normal llegaremos a una conclusión: si todos los que estamos aquí queremos ser competitivos y tenemos que exportar más que importar ¿a quién le vendemos? Si todos tenemos que vender más que comprar ¿quién compra? Es decir, embarca a una lucha tremenda por conquistar los mercados. Y qué ocurre cuando esos mercados no se pueden conquistar porque el otro produce mejor o tiene más tecnología, se vende más barato. ¿Y cómo vendo más barato? bajando los salarios. Éste es el funcionamiento de la máquina ahora, lo que se llama hacer posible que podamos vender, los salarios tienen que bajar. Además, dentro de su lógica llevan razón –no es que yo esté de acuerdo- pero a mí me gusta colocarme en la lógica de mi enemigo, y digo enemigo que no adversario ¿por qué pienso eso? Porque si quiero atacarlo y enfrentarme, tengo que saber cuál es la lógica de su pensamiento. Lenin estaría de acuerdo con esto porque es lo que planteó toda su vida.
El tercer dios, es el crecimiento sostenido.
Hay que crecer, hay que crecer… pero, qué tontería es ésta, cómo que hay que crecer ¿permanentemente? Pero la naturaleza ¿no es finita? Hasta cuándo vamos a estar explotando los recursos, ¿qué es eso de crecer y crecer? Se puede crecer en educación, en salud, en cultura, en bienestar social… pero en fabricar es imposible. Hay algo más. Las pruebas demuestran que el crecimiento económico no conlleva necesariamente a que la gente gane más, las últimas estadísticas lo dicen una y otra vez: España ha crecido económicamente pero las diferencias cada vez son mayores. Pues bien, mercado, competitividad y crecimiento sostenido son asumidos por una parte de la izquierda y los periódicos, nos van cayendo en la cabeza y nosotros, en nuestro lenguaje, lo estamos reproduciendo.
Permitidme que me salga un poco para contar una anécdota de estos días, que a mí francamente me irrita: Trump. Ya sabemos cómo es, pero los medios de comunicación hace unas semanas decían: “Donald Trump va a poner en marcha un muro que separe Estados Unidos de México”. Ese muro ya tiene mil cincuenta kilómetros, lo hizo Bill Clinton. Un muro donde han muerto cinco mil personas. En el muro de Berlín (murieron) sesenta y cuatro a lo largo de su existencia. Estas cosas hay que decirlas, es ahí donde a mí me gustaría que nosotros, en la taberna o en el bar, estuviéramos dando estos datos a la gente para que vaya abriendo la cabeza.
Antonio Gramsci mantenía una cosa que hoy vemos con toda claridad -aunque cuando lo escribió no estaba muy claro- decía que los poderes dominan por una razón fundamental, tienen hegemonía y ¿qué es hegemonía?, pues el poder, la fuerza, las leyes, la policía, el ejército…, pero además, tienen algo que es más importante: el consenso de la sociedad; es decir, aquella fuerza política, colectivo o filosofía que consiga que sus valores sean asumidos y aceptados por la sociedad, ya no necesita, a veces, policía. Cuando consigo que mi prisionero me acepte como su carcelero, le puedo dejar la puerta abierta que no se escapa, porque ya ha asumido que él tiene que estar en la cárcel. Esto es lo que Gramsci llamaba hegemonía y que podríamos definir de la siguiente manera: la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos formas: como dominio o como dirección intelectual y moral; hoy la globalización, sus portavoces, sus economistas, sus periodistas, sus partidos políticos, sus intelectuales son los que van consiguiendo la aceptación de los valores de la globalización como los únicos que existen. Pero se disfraza de una cosa muy interesante: de sentido común.
El sentido común es un arma de dos filos, porque con él se ha dado apoyo a las mayores infamias y barbaridades que existen; aunque hay otro “sentido común” que también existe en la gente, el sentido común de que todo el mundo tiene derecho a vivir, tiene derecho a comer, a tener un trabajo…, pero el que se está imponiendo es el de yo tengo que ser competitivo, tengo que enfrentarme con el otro, no meterme en política, tengo que conseguir vivir lo mejor que pueda, ser insolidario… Eso está cayendo sobre nuestras cabezas, ese sentido común que ve al inmigrante como si fuese alguien que viene a quitarnos no sé qué historia, ese sentido común que nos permite aplaudir a las fuerzas armadas en vez de estar pensando que esas fuerzas armadas hacen el papel que están haciendo, ese sentido común que nos debiera servir para una cosa muy fundamental, que es la piedra de toque. Desde hace muchos años no hablo de comunismo ni socialismo -aunque soy comunista- como estoy en la lucha política e ideológica, quiero coger la herramienta fundamental: hoy en día la manera mejor de enfrentarse a la globalización es enfrentarla con los Derechos Humanos; la globalización es incompatible con los Derechos Humanos. La globalización es incompatible con la democracia, porque vive en función de violarla permanentemente.
¿A dónde va la globalización si no lo remediamos? Lo estamos viendo, ya ha habido una primera experiencia: se llama Unión Europea que ha terminado por ser un conglomerado de intereses económicos que está por encima de los gobiernos. Cuando se les llena la boca a los políticos gobernantes –y a algunos que no gobiernan- con la soberanía popular, olvidan que al Gobierno español cuando aprueba los presupuestos en las Cortes tienen que darle el visto bueno funcionarios de la Unión Europea. Cuando fuerzas políticas, en las que estamos nosotros, plantean que si gobernásemos subiríamos los salarios y demás, olvidan que eso no es posible dentro del euro. No es posible. Quiero decir, que lo que se está construyendo en la Unión Europea es el dominio del capital, pero no un dominio político, no es una unión política hija del acuerdo y del consenso, no es un gobierno europeo emanado de la voluntad popular, es un gobierno “de hecho”, no un gobierno de derecho. Pues bien, el mundo camina a un gobierno mundial porque esta economía mundializada de la globalización necesita de un gobierno pero ese gobierno no es político, no puede serlo, será un gobierno económico dominado por cinco o seis señores de la guerra que, en este caso, serán señores de las multinacionales. El TTIP no es ni más ni menos que el diseño de ese nuevo gobierno, no dirigido por políticos -y si los hay, serán hombres de paja- sino dirigido por esos señores de la economía que muchas veces terminarán enfrentados entre sí. Por eso, enfrentarse a la globalización desde el espíritu, la creación y el genio de Lenin supone, en estos momentos precisos, aquí y ahora, conocer a nuestro enemigo y cómo nos vamos a enfrentar a él. Creo que una de las primeras tareas que tendríamos que hacer es en el terreno, sin abandonar la lucha económica, hablar con los sindicatos y plantearles: “Sindicatos, por mucho que estéis en la lucha económica si no le dais una dimensión política y social vais a ir perdiendo, porque seguís retrocediendo por haber olvidado que hay una dimensión ideológica, de la clase y de las clases que están en alianza con ella”.
Consiste, por tanto en que la lucha de ideas es fundamental y desmontar eso cuesta mucho trabajo… pero se puede hacer. Hay que tener la información, hay que tener una organización que sea capaz de estar en todos sitios dando una serie de informaciones, hay que asumir que a nuestro pueblo hay que decirle las cosas muy claras, desde el estudio, desde el análisis, hay que enfrentarlo a que él tome decisiones. Mirad, así las cosas no van. ¿No tenéis la suficiente prueba de que hemos crecido económicamente y cada vez estamos peor? ¿No estáis viendo que cada vez hay menos gente con más dinero? ¿No estáis viendo ya que cuando os llaman “emprendedores” es una nueva forma proletarizada de empresario? Le llaman emprendedor, él se siente un empresario…, pues es un proletario, amarrado a la cadena de las empresas mayores; pero es “empresario”, es “emprendedor”… palabras de la globalización, palabras que envuelven la explotación con palabras que suenan a nuevas, que suenan como una cosa interesante de la modernidad. Todas estas palabras, todos estos valores, toda esta falsedad de que hay que ir creciendo, creciendo y creciendo, de que los estudiantes o los que pueden irse es que hacen “viajes de estudios”… Pero hay más: esto se asume. ¿Y qué está ocurriendo? Que hay un retroceso, la gente se encierra y, cuando se encierra es porque está asustada, tiene miedo cuando alguien llega a molestarle un poco esa modorra; pero tenemos que hacerlo con inteligencia, porque sin la gente no podemos hacer nada. ¿Cómo conseguimos hacer? Hay que señalar quién es el enemigo, no hay equivocación, no hay duda. Como empecemos a jugar pensando únicamente en cuestiones electorales, habremos perdido la guerra y todas las batallas, vamos a tardar décadas en levantar cabeza porque estamos en el comienzo de una derrota, porque la lucha ideológica la vamos perdiendo. La vamos perdiendo la inmensa mayoría de los trabajadores organizados cuando se asumen estos valores. Hay que decirle a la gente, con toda la tranquilidad, con toda la dulzura, que habrá que vivir de otra manera para que vivamos todos; pero al pobretico que gana esos pocos cientos de euros… ¡no va contigo! Es que a veces lo defienden, yo he oído en la calle decir: “No, no, no, es que nos quieren quitar…” ¿A ti qué te van a quitar? ¿El hambre? Asumen, son solidarios ¿por qué? Porque nadie les ha explicado lo que hay.
Ésa es nuestra lucha. Si queremos ser fieles a lo que representó la revolución del diecisiete y a Lenin, hay que asumir este combate. Hay que enfrentarse a la globalización desde el terreno de la información, del conocimiento, de la didáctica, de la organización y de tener muy claro que ése es el enemigo al que hay que enfrentarse; pero además en una guerra que no tiene ni tregua ni cuartel; en la guerra ideológica no hay pacto, nunca puede haberlo. Puede haber pacto en la guerra política, en la negociación… En la guerra de ideas, jamás. O hay vencedores o vencidos, la historia nos muestra eso. Por tanto, creo que rememorar hoy la Revolución de 1917 y la figura de Lenin -y de nosotros, dirigentes- es asumir que tenemos un enemigo poderoso que domina y controla los medios de comunicación, que se ha metido en parte de nuestras cabezas, que se ha erigido en cosmovisión con unos valores y que, con esta realidad que tenemos, nos enfrentemos a ella con la definición clarísima de que es el enemigo o nosotros. No hay términos medios.
*Referente de la izquierda española. Exsecretario general del PCE y excoordinador de Izquierda Unida.
Córdoba, España, febrero de 2017.
Mundo Obrero, España.