Por Eduardo Sarmiento Palacio
Los autores de la política, como Rudolf Hommes, atribuyen el resultado a que la economía no se abrió y en la práctica se mantuvo la misma protección del pasado. No es cierto. Los aranceles se redujeron de 40 % a 5 %, se adoptaron múltiples TLC, se eliminaron los subsidios a las exportaciones, se liberó el tipo de cambio y se le dio rienda suelta a la inversión extranjera. Otra cosa es que la política no haya tenido los efectos sobre la industria y las exportaciones previstos por sus autores.
La economía se especializó en las actividades de ventaja comparativa, es decir, que pueden elaborarse más fácilmente, como commodities y servicios, que enfrentan serias limitaciones de demanda. Así, los beneficios de la apertura se reducen a la adquisición de los bienes industriales y agrícolas en el exterior a menores precios. Por su parte, la industria orientó los esfuerzos para adquirir las partes de los bienes en el exterior, más concretamente, sustituir el valor agregado por importaciones. Así, el crecimiento del sector ha estado acompañado de una caída igual o mayor del empleo.
El balance es claro. Entre 1967-1990 la economía evolucionó con superávit en cuenta corriente y la industria creció por encima del producto nacional. Luego, entre 1990 y 2016, la economía pasó a operar con déficit en cuenta corriente y la industria creció por debajo del producto. Mientras en el primer período el producto nacional avanzó cerca de 5 %, en el segundo lo hizo por debajo de 3,5 %.
El desempeño de Colombia tiene similitudes con la economía mundial. En todas partes los beneficios del comercio se han buscado por la vía de las importaciones. En la industria, luego de que en el pasado la mayor parte de los productos se elaboraban en el país de origen, se procedió a resquebrajar la cadena productiva y adquirir los componentes en los lugares más baratos. En el fondo, el medio para elevar la competitividad del sector ha sido sustitución del valor agregado por importaciones altamente intensivas en capital y tecnología. Así los países avanzados emplean el 20 % de la mano de obra y generan el 75 % del valor industrial.
El libre comercio se convirtió en una forma de aumentar el lucro individual sustituyendo mano de obra por capital. No se cumplió la concepción neoliberal que da por cierto que el comercio internacional es independiente del salario. Los hechos se encargaron de demostrar que el mercado propicia la inversión internacional y la industrialización, llevándose por delante los ingresos laborales. La participación del trabajo en el producto ha caído en la mayoría de los países. El malestar de los trabajadores le abrió el espacio a líderes como Trump, que sin conocer a fondo la materia, proponen recetas inviables.
El problema no es el qué del comercio, sino el cómo. Lo que se plantea es una organización que saque ventaja de las relaciones internacionales y la elevada productividad de la industria y la innovación sin degradar el salario. En la práctica se puede conseguir con sistemas arancelarios escalonados que propicien el aprendizaje en el oficio, cursos de competencia y actualización tecnológica, subsidios a la contratación de trabajadores informales, eliminación de las exenciones tributarias al capital y limitaciones a la salida y ocultación de patrimonios.
El Espectador, Bogotá.