Por Rodrigo Borja
Habría sido impensable para un hombre primitivo que la riqueza que le rodeaba —tierras, ganado, productos— hubiera podido resumirse en unas cuantas monedas de metal. Y en los albores de la economía monetaria, cuando la moneda poseía valor intrínseco, resultaba increíble que unos formularios de papel —los billetes— pudieran representar un valor de cambio y ser un instrumento de pago. Hoy, en cambio, nos cuesta imaginar el dinero electrónico —“electronic cash”—, es decir, el dinero que no se plasma en un papel, en una moneda ni en un cheque de banco sino que circula intangiblemente por el mundo a través de internet, a la velocidad de 300 000 kilómetros por segundo.
El dinero virtual cumple todas las funciones del dinero convencional: es medio de pago, instrumento de cambio, medida del valor, unidad de cuenta y medio de acumulación. Pero no tiene consistencia física. Es el medio de pago de la era informática. Y se lo utiliza a través de internet, a la velocidad de la luz, en cualquier lugar del planeta. Alvin Toffler —el profesor norteamericano que se ha convertido en una suerte de “profeta” de los tiempos modernos— habla del “epitafio para el papel” porque los impulsos electrónicos lo han reemplazado.
En tales circunstancias, los bancos centrales no tienen forma alguna de calibrar el monto del medio circulante. Y se torna muy complicada la vigilancia estatal sobre los agregados monetarios. En general, el control de los gobiernos sobre la economía y sobre los actos de los agentes económicos se ha vuelto más difícil. La dificultad de establecer lo “nacional” y lo “extranjero” en una transacción multinacional causa a los tribunales y judicaturas problemas de jurisdicción, ya que las transacciones electrónicas carecen de un lugar físico y se efectúan en el intangible e intrincado mundo del “espacio cibernético” —el ciberespacio—, de modo que es difícil establecer la territorialidad de ellas.
La digitalización va camino de despojar al dinero y a sus flujos de sus anclas geográficas.
Y es que las soberanías nacionales, montadas sobre un planeta dividido en jurisdicciones geográficas estatales claramente demarcadas y excluyentes, han perdido buena parte de su control político y económico —y, por supuesto, monetario— con el advenimiento del dinero electrónico basado en el espacio cibernético y no en el territorio.
Y coetáneamente han surgido, sin duda, nuevos tipos de delitos financieros y formas de fraude difíciles de detectar y de juzgar. La tarea de financiar actividades ilegales o delictivas es más fácil. Y es que las infracciones financieras, los fraudes, el lavado de dinero y otros delitos carecen del elemento tradicional que fija la jurisdicción y la competencia: el territorio.