Por Omar Ospina García
Los resultados, aún inciertos aunque ya algo encaminados, de la campaña electoral en los Estados Unidos, dibujarán sin duda el mapa del futuro inmediato y mediato, no solo de los mismos EE.UU. sino de América Latina y del mundo. Y no parece haber la menor duda de que ese dibujo se ejecutará con manos imperialistas y con los lápices del terror y la dominación o con los de la exclusión con cadenas.
Son dos figuras, interesantes cada una a su manera, el magnate de los negocios Donald Trump, devenido político ambicioso al que no hay manera de encasillar ni en las filas republicanas ni en las demócratas porque tanto usa, se vale y comparte las peores artimañas de los unos cuanto de los otros, y por lo tanto es casi impredecible, y la señora Hillary Clinton, política oportunista y con un objetivo ya trazado desde antes de su cuidadosa “comprensión” de los devaneos eróticos de su esposo en la Oficina Oval, pues bien sabe que su futuro político está en manos del marido casquiflojo y no aún en las de ella misma: el poder político del Imperio para llevar a cabo las consignas de dominación militar y corporativa, sobre todo financiera, de quienes en la Casa Blanca están detrás del Sentido Último –y Primero– de la política exterior de los EE UU: el Destino Manifiesto dirigido hacia el dominio mundial, irreversible, incontrolable y asaz violento durante y luego de los estertores de la Guerra Fría, cuando al caer el Muro de Berlín todo parecía estar en sus manos.
Sin embargo y por las razones que sean, pero que no fueron éticas en lo absoluto sino posiblemente pusilánimes de sus líderes de entonces, los EE UU no se atrevieron a usar el poderío militar que les deparaba la Bomba Atómica y su arsenal de misiles intercontinentales, y permitieron, por soberbia suficiencia y por mirarse el ombligo en lugar del horizonte bélico, que la URSS primero y la China después, ingresaran con su propia ciencia y tecnología en el Club Nuclear. Las innecesarias bélicamente pero importantes políticamente bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, no fueron suficiente motivo de disuasión para dos naciones con un pasado imperial por resucitar y una evidente preocupación por la codicia del Imperio norteamericano, que siempre ha querido extender sus tentáculos del Ártico al Antártico y de la Costa Oeste al Japón… atravesando el planeta en sentido contrario desde la Costa Este y en busca del Sol Naciente.
Así pues, la supremacía norteamericana ha venido, no decayendo, al contrario, incrementándose en términos militares, pero sí enfrentando el surgimiento de otros polos de desarrollo y poder, especialmente la China, el viejo imperio de las dinastías que no olvida su remota historia, y la Nueva Rusia, la que quedó al desplomarse y disgregarse el edificio pegado con babas de la Unión Soviética, mal construido con la argamasa de un marxismo mal entendido, devenido su remedo y su Némesis: el Comunismo. Rusia es hoy una gran potencia porque, más aún que la Unión Soviética de la que procede, no solo conserva gran parte del inmenso, recóndito, desconocido e increíblemente rico en Recursos Naturales territorio que limita y rodea el Polo Norte y va desde los Urales a Vladivostok, allá en los confines orientales y con playas en el Mar Amarillo o Mar de la China, sino que ha aprendido una lección que EE UU aún no asimila, y menos aprende ni quiere aprender porque su codicia imperialista es mayor que su sindéresis política: que quien mucho abarca poco aprieta, aunque apriete con la amenaza genocida de las armas nucleares, la invasión de sus bases militares y el terrorismo internacional gestado, bautizado y alimentado por su política exterior.
Si bien Donald Trump parecería encarnar el sueño americano al revés, es decir, el fortalecimiento de su economía hacia adentro, en abierta contradicción con sus Grandes Corporaciones, para las cuales es más importante su propio crecimiento económico a costa de la esclavitud de la mano de obra del tercero y cuarto mundos que el dominio político global de la Gran Nación, también es cierto que Trump no desestima en absoluto la preeminencia de los EE UU, pero sabe bien que su pueblo, al interior del país, necesita y exige ya revivir el viejo sueño americano de prosperidad y riqueza individuales debidas al esfuerzo personal de cada uno: El American Dream del American way of life.
Donald Trump, que será, como lo exhibe desembozada y casi descarada y provocativamente, un ignorante astuto, no es tonto ni mucho menos imbécil, y su ambición imperialista conoce bien que necesita de cimientos internos fuertes y firmes para afrontar el futuro con reservas económicas, pero también patrióticas en un país para el cual el Patriotismo es una obsesión que a ratos raya en el ridículo pero que ha sido pilar fundamental de su crecimiento imperial.
Hombre de negocios riesgosos pero productivos por su componente light, hoteles, casinos y farándula, sabe bien que esos cimientos, por la avaricia de sus Corporaciones, se han deteriorado hasta el punto de hacer agua y tambalear: en su pueblo hay, hoy en día y desde el fin del poderoso crecimiento de la segunda posguerra, algo que entonces no imaginaban aparecería: pobreza, hambre, miseria notorias en los cordones depauperados de sus grandes metrópolis y de sus lugares más apartados de la periferia del interior, si se admite la contradicción.
Pero Trump sabe otra cosa que la señora Clinton también sabe pero desdeña por su ambición imperialista global y por su mentalidad belicista: que el Poder Imperial hacia afuera, el apetito de dominación mundial amenazando a los supuestos o reales enemigos, tiene un freno externo y uno interno. Y Trump sabe que debe aplicar el freno interno, controlable y manejable por los mismos EE UU, en lugar del freno externo que no está en sus manos sino en las de las Grandes Potencias revividas, Rusia y China, de la Potencia hoy algo descaecida, Europa Occidental, que no ha muerto sino que anda un poco de parranda brexitiana, y de las medianas potencias emergentes y apoyadas por las primeras, India, Brasil, Suráfrica, Australia quizá, e incluso una América Latina que aún no muerde pero puede empezar a ladrar con fuerza si se reencamina hacia un futuro soberano en lugar de inclinarse sumisa a los dictados de la Doctrina Monroe.
Por lo pronto y a la espera de un análisis más completo que excede los párrafos de un artículo de opinión y requiere el espacio de una Crónica tan descriptiva como analítica, la realidad que hoy enfrenta el Mundo en general y América Latina en particular, en términos de quien sea el siguiente inquilino de la Casa Blanca, es en el futuro próximo saber si caminamos todos hacia un futuro no menos previsible que soportable, o nos resignamos a la suerte de la sardina: o nos fríen en aceite o nos fríen en tomate. Pero nos fríen…
Kafeina.tv, Ecuador.