Por Enrique Santos Molano
Lo que puede seguir al día D criollo, si nos descuidamos, es una guerra fría interna con sus horrores indeseables.
Se conoce como el día D la fecha del 6 de junio de 1944 en la que se dio inicio a la Operación Overlord, o desembarco aliado en Normandía, para la liberación de Europa occidental en poder de las fuerzas nazis, con excepción de Inglaterra. En el frente soviético, los nazis se retiraban precipitadamente tras su desastre en Rusia, y el Ejército Rojo avanzó sobre Alemania, adonde llegó el 22 de enero de 1945, sitió a Berlín el 20 de abril y la rindió el 2 de mayo. Fue el fin de la II Guerra Mundial en lo que respecta a Europa. Tres meses después, el estreno de la bomba atómica, ordenado por Truman sobre dos ciudades no estratégicas y militarmente indefensas, Hiroshima y Nagasaki, obligó a la rendición incondicional del Japón y acabó con la última ascua de la confrontación bélica más terrible y sangrienta de la historia.
La II Guerra Mundial había durado cinco años y once meses; pero el lapso de diez meses y veintisiete días transcurrido entre el día D, desembarco aliado en Normandía, y la rendición de Alemania, el 2 de mayo de 1945, fue quizá el más intenso, trágico y de mayor mortandad de esa guerra atroz.
Lo anterior tiene una semejanza real con el conflicto interno en Colombia y el momento actual que se vive. Semejanza imprescindible de tomar en cuenta para no repetir los errores que hicieron tan dramático el final de la gran conflagración universal de 1939-1945 ni los que a continuación llevaron a otra guerra, conocida como la Guerra Fría, no por fría menos sangrienta y cruel que las dos guerras mundiales de 1914 y 1939. Se incubó cuando la extrema derecha global advirtió que Hitler sería derrotado por la Unión Soviética, entonces aliada de las potencias democráticas y luego convertida por la ultraderecha de esas mismas potencias en el enemigo número uno al que era preciso destruir.
Pero antes, el vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace (1941-1945), uno de los grandes demócratas del siglo XX y quien reconoció el gran papel desempeñado por la Unión Soviética en la derrota del nazismo, planteó un programa de coexistencia pacífica entre los dos sistemas que imperaban en el mundo, el capitalista y el comunista, para salvar a la humanidad de nuevas guerras y permitir la consolidación de ‘una paz duradera y sostenible’, como se intenta hoy en Colombia. El vicepresidente Wallace fue defenestrado por la ultraderecha (que ya desde 1936 los tenía catalogados a él y al presidente Roosevelt, el bueno, como comunistas y agentes de la Unión Soviética, precursores del castrochavismo casero inventado por la imaginación recursiva del senador Uribe McCarthy), que le impuso a Roosevelt, ya muy enfermo, sustituir a Wallace como compañero de fórmula en las elecciones de 1944 por el demócrata de derecha Harry S. Truman. Roosevelt falleció tres meses después de iniciado su cuarto periodo presidencial y Truman asumió de inmediato la presidencia. Así empezó oficialmente la Guerra Fría y se sumió a la humanidad en el periodo más tenebroso que se conoce desde la guerra de Troya, y más acá, desde las místicas épocas de la Inquisición.
En Colombia, después de una guerra de setenta años, que ha dejado dos millones de muertos, seis millones de desplazados, 62.000 desaparecidos (solo en las últimas dos décadas) y una indescriptible cadena de dolor y de miseria, por fin se ha firmado la paz. El Congreso la refrendó, en ambas cámaras, por mayorías inobjetables, con la grosera ausencia de la oposición uribista.
Nadie dijo que hacer la paz sería fácil. Ya lo había advertido el premio Nobel de la Paz, el obispo sudafricano Desmond Tutu, “que hacer la paz es más difícil que hacer la guerra”. Tan difícil es hacer la paz que el proceso colombiano duró cuatro años (casi tanto como la II Guerra Mundial) y tuvo que sortear escollos inverosímiles.
Hemos llegado a nuestro día D. No al desembarco en Normandía, sino a algo mucho más feliz: el comienzo del desarme del ejército insurgente que firmó los acuerdos, y que va a preagruparse en los lugares convenidos en el documento definitivo de La Habana, refrendado por el Congreso de la República de Colombia.
Lo que puede seguir al día D criollo, si nos descuidamos, es una guerra fría interna con sus horrores indeseables, como la que vimos a nivel mundial entre 1945 y 1990, año del desplome de la Unión Soviética. El portazo del Centro Democrático a la votación de los acuerdos en Senado y Cámara; el asesinato continuo de líderes sociales, activistas de los derechos humanos, líderes campesinos y activistas ambientales; la proliferación de bandas criminales que parecen tener un carácter inequívocamente político, financiadas por esas invisibles ‘fuerzas oscuras’ que se mueven en la extrema derecha, y la campaña de mentiras que están regando por todo el país los pocos o muchos sobrevivientes del ‘No’ hacen pensar que el posconflicto puede desembocar en una guerra fría. Aún tenemos la posibilidad de evitarla, y la evitaremos los colombianos decididos a hacer de nuestro país un territorio de paz, modelo para el siglo XXI.
Es perentorio que, como lo están haciendo, por ejemplo, en la histórica Villa de Leyva los encuentros de paz, se implemente a lo largo y ancho del territorio nacional una campaña pedagógica ‘estable y duradera’ en defensa de la paz y lista a refutar las falsedades y la propaganda negra que propagan aquí y allá los autodenominados voceros del ‘No’.
Si nos dormimos pensando en que, con la refrendación en el Congreso, la paz ya está hecha y que el día D es nada más un protocolo, podríamos despertar en una pesadilla. Los enemigos de la paz se movilizan. ¿Se irán a quedar quietos los amigos de la paz? La paz no se logra con unas firmas en un documento, tiene que afincarse en la conciencia de cada ciudadano. Y no nos engañemos, esa conciencia cívica de paz todavía es precaria.
Me permito reproducir apartes de un mensaje de los encuentros de paz de Villa de Leyva, muy interesante, y que comparto:
“Los estudiantes universitarios de Colombia convocan a todos los niños, jóvenes, trabajadores, madres y padres de familia, campesinos y ciudadanía en general, conociendo la propaganda negra liderada por el Centro Democrático con Uribe a la cabeza, si queremos alcanzar la sana convivencia, para que triunfe la verdad y la justicia, por el rescate de la imagen del país ante el concierto de naciones, por el buen ejemplo que merecen nuestros niños y jóvenes, manifestemos nuestro repudio al expresidente Uribe, porque en lugar de facilitar la convivencia entre colombianos ha generado una ola de polarización.
“Señor Uribe, por el bien de la patria le exigimos que se retire de la vida pública para evitar que el proceso de paz fracase y nos destruya el sueño de construirla. Retírese, señor Uribe. Estamos invitando a una gran cruzada que la iniciaremos enviando a 20 amigos hasta alcanzar millones de voces de protesta y repudio al expresidente: ¡No más Uribe!”.
El Tiempo, Bogotá.