Por Joseph E. Stiglitz
Donald Trump ha lanzado una granada de mano a la arquitectura económica mundial que se construyó tan meticulosamente durante los años posteriores al final de la segunda guerra mundial. El intento de destrucción de este sistema basado en reglas de gobernanza mundial –que ahora se manifiesta en la retirada de Trump de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático del año 2015– es sólo la más reciente expresión del ataque que perpetra el presidente de Estados Unidos a nuestro sistema básico de valores e instituciones.
El mundo está llegando lentamente a admitir de manera plena la malevolencia de la agenda de la administración Trump. Él y sus compinches han atacado a la prensa –una institución de importancia vital para la preservación de las libertades, los derechos y la democracia de los estadounidenses– tildándola como “enemiga del pueblo”. Han intentado socavar los fundamentos de nuestro conocimiento y nuestras creencias –de nuestra epistemología– etiquetando como “falso” todo lo que desafíe sus objetivos y argumentos, incluso rechazando la propia ciencia. Las falaces justificaciones de Trump para desdeñar el Acuerdo de París sobre el cambio climático son solamente la evidencia más reciente de lo antedicho.
Durante milenios, antes de mediados del siglo XVIII, los niveles de vida se encontraban estancados. Fue la Ilustración, con su acogimiento del discurso razonado y la investigación científica, que sustentó los grandes incrementos en los niveles de vida durante los siguientes dos siglos y medio.
Junto a la Ilustración también llegó un compromiso por descubrir y lidiar con nuestros prejuicios. A medida que la idea de la igualdad humana –y su corolario, los derechos básicos individuales para todos– se extendía rápidamente, las sociedades comenzaron a luchar por eliminar la discriminación por motivos de raza, género y, finalmente, por otros aspectos de la identidad humana, incluyendo las discapacidades y la orientación sexual.
Trump busca revertir todo eso. Su rechazo de la ciencia, y de la ciencia climática en especial, amenaza el progreso tecnológico. Además, su intolerancia hacia las mujeres, los hispanos y los musulmanes (excepto aquellos, como los gobernantes de los reinos de los jeques de petróleo del Golfo, de quienes él y su familia pueden sacar provecho), amenaza el funcionamiento de la sociedad estadounidense y de su economía al socavar la confianza que tienen las personas en un sistema que es justo para todos.
Como buen populista, Trump ha explotado el justificable malestar económico que se ha generalizado ampliamente en los últimos años; a medida que muchos estadounidenses se desplazan económicamente cuesta abajo en medio de una rápida y creciente desigualdad. Pero el verdadero objetivo de Trump –enriquecerse a sí mismo y a otros buscadores de ganancias doradas a expensas de quienes lo apoyaban– se ve revelado en sus planes tributarios y de atención de la salud.
Las reformas tributarias propuestas por Trump, por lo que se puede ver, superan a las de George W. Bush en su regresividad (la porción de los beneficios que van a los que están en la parte superior de la distribución del ingreso). Y, en un país donde la esperanza de vida ya está disminuyendo, su reforma de la atención de salud dejaría a 23 millones adicionales de estadounidenses sin seguro de salud.
Si bien Trump y su gabinete pueden saber cómo realizar negocios, no tienen la menor idea sobre cómo funciona el sistema económico en su conjunto. Si se implementan las políticas macroeconómicas de la administración, estas se traducirán en un déficit comercial más grande y una mayor disminución en la manufactura.
Estados Unidos sufrirá bajo la administración de Trump. Su papel de liderazgo mundial estaba siendo destruido, incluso antes de que Trump rompiera la confianza de más de 190 países al retirarse del Acuerdo de París. En este momento, la reconstrucción de dicho liderazgo demandará de un esfuerzo verdaderamente heroico. Compartimos un planeta común, y el mundo ha aprendido a golpes que todos tenemos que llevarnos bien y trabajar juntos. También hemos aprendido que la cooperación puede beneficiar a todos.
Entonces, ¿qué debe hacer el mundo con un matón infantil en la caja de arena, quien quiere todo para sí mismo y con quien no se puede razonar? ¿Cómo puede el mundo lidiar con un EE.UU. “forajido”?
La canciller alemana, Ángela Merkel, dio la respuesta correcta cuando, tras reunirse con Trump y otros líderes del G7, dijo que Europa ya no podía “contar plenamente con el apoyo de otros” y que en Europa se tendría que “luchar por nuestro propio futuro”. Llegó el momento que Europa se una, vuelva a comprometerse con los valores de la Ilustración y se enfrente a Estados Unidos, de la forma que el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, lo hizo elocuentemente con un apretón de manos que frenó el pueril enfoque de macho alfa de Trump que tenía el objetivo de afirmar su poder.
Europa no puede confiar su defensa a un EE.UU. liderado por Trump. Pero, al mismo tiempo, Europa debe reconocer que la Guerra Fría ha terminado –a pesar de cuán no dispuesto a reconocer este hecho se encuentre el aparato industrial-militar de Estados Unidos. Si bien la lucha contra el terrorismo es importante y costosa, la construcción de portaaviones y superaviones de combate no es la respuesta. Europa debe decidir por sí misma cuánto gastar, en lugar de someterse a los dictados de los intereses militares que exigen el 2 % del PIB. La estabilidad política puede lograrse con mayor seguridad si Europa renueva su compromiso con su modelo económico socialdemócrata.
Ahora también sabemos que el mundo no puede contar con Estados Unidos para hacer frente a la amenaza existencial que plantea el cambio climático. Europa y China hicieron lo correcto al profundizar su compromiso con un futuro verde –uno que es correcto para el planeta y correcto para la economía. De la misma manera en la que la inversión en tecnología y educación le dio a Alemania una clara ventaja en la fabricación avanzada frente a un EE.UU. paralizado por la ideología republicana, también Europa y Asia lograrán una ventaja casi insuperable que los colocará por encima de EE.UU. en el ámbito de las tecnologías verdes del futuro.
Pero el resto del mundo no puede permitir que un Estados Unidos forajido destruya el planeta. Tampoco puede dejar que un Estados Unidos forajido se aproveche de ello con políticas no ilustradas –en realidad, políticas anti-Ilustración– que pregonan “Primero EE. UU.”. Si Trump quiere retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático, el resto del mundo debería imponer un impuesto de ajuste por carbono a las exportaciones estadounidenses que no cumplan con los estándares mundiales.
La buena noticia es que la mayoría de los estadounidenses no está con Trump. La mayoría de los estadounidenses todavía creen en los valores de la Ilustración, aceptan la realidad del calentamiento global y están dispuestos a tomar medidas. Pero, en lo que respecta a Trump, ya debería estar claro que el debate razonado no funcionará. Ha llegado el momento de la acción.
Project Syndicate.