Por Eduardo Sarmiento Palacio
El debate en el Congreso no profundizó sobre las consecuencias de la reforma tributaria en la economía y el destino del recaudo. Ahora resulta que la reforma no era para realizar partidas imprescindibles, sino para recortar el déficit fiscal, es decir, para contraer el gasto global.
El plan financiero del Gobierno es sorprendente. El ministro de Hacienda presentó la reforma tributaria como una forma de evitar la parálisis del gasto público y activar la economía. Las cifras divulgadas en el plan oficial señalan que los ingresos esperados de la reforma en 2017 serán del orden de $6 billones. Sin embargo, el gasto presupuestal aumentará menos que el producto nacional. Así, el mayor recaudo no viene para ampliar el gasto ni reactivar la economía, sino para reducir el déficit fiscal. El objetivo central de la reforma era recortar el déficit fiscal para sostener la regla fiscal y complacer a las firmas calificadoras de riesgo.
Estas firmas esperaban una reforma tributaria mucho más ambiciosa y, sobre todo, que la economía tenía las condiciones para reactivarse. No es fácil imaginar cómo reaccionarán cuando perciban ante los hechos que el experimento no fue seguido de una mejoría apreciable de la actividad productiva.
El Gobierno no ha logrado superar la visión de ajustar la economía por la vía de la demanda. A la contracción proveniente de la devaluación y la elevación de la tasa de interés, ahora se le agrega la reducción del déficit fiscal. La deficiencia entre el ingreso nacional y el gasto que provocó el desplome de la economía se acentuó. No hay ninguna posibilidad de que el PIB, que en la actualidad crece 1 %, se levante por encima de 2 %.
La precariedad de la economía no se ha reconocido. La mayoría de los sectores revelan índices negativos. Sólo crecen la industria, la construcción y los servicios financieros, y los dos primeros no son sostenibles. El efecto Reficar, la principal causa de la mejoría estadística de la industria, tiene lugar por una sola vez y dejará de presentarse en el presente año. La cifra de la construcción reportada por el DANE se verá rectificada en la medida que se incorporen las caídas del cemento, las licencias y los materiales.
En contraste, la inflación no ofrece mayores riesgos. El índice al productor muestra que los precios han adquirido elementos inerciales que tienden a mantenerla por encima de 4 %, e incluso de 4,5 %. La diferencia con la meta del Banco de la República es de menor orden y no debe ser materia de alarma ni de extravagancias monetarias.
Infortunadamente, el país se ha movido dentro de la creencia de que el problema de la economía se origina en el déficit fiscal y la inflación. El resto de alteraciones del sistema las corrige el mercado o simplemente no existen. La simple observación de las cifras revela un comportamiento muy distinto. El consumo de la economía, que representa el 70 % del total, ha decaído lentamente y, en cualquier caso, se mantiene en 2 %. El deterioro acelerado del crecimiento proviene de la caída de la inversión ocasionada por la reducción de las importaciones y la contracción del crédito. Es el clásico choque autónomo que puede alcanzar grandes dimensiones y explica las grandes recesiones de América Latina.
La gran dificultad de la economía está en el desajuste de la balanza de pagos y la caída de la inversión, que no pueden corregirse con los medios convencionales y amenazan con mantener la actividad en un largo estancamiento. La solución sólo puede lograrse con cambios de fondo en la estructura productiva, la modalidad cambiaria y los estímulos al comercio internacional.
El Espectador, Bogotá.