Por Pedro Juan Orozco Meza
“Política es el arte de gobernar”. – Aristóteles
Aunque legalmente no se ha dado inicio a la campaña para las elecciones presidenciales de 2018 en Colombia, lo cierto es que, tanto los aspirantes como los demás actores que participan en el juego político ya empiezan a tomar posiciones y a vislumbrar, al igual que en la hípica, cuáles son los caballos que tienen opción y a cuáles hay que descartar para ver cómo hacen sus apuestas. No es poco lo que está en juego y nadie tiene la bola de cristal que le diga con precisión como debe apostar. El Establecimiento no tiene claro el panorama.
Los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y Las FARC han trastocado el tablero y a todos nos toca cambiar el libreto o, al menos, modificarlo. Es muy diciente que todos, absolutamente todos los candidatos, los partidos y los analistas políticos coinciden en que en estos momentos no existe un partido político que con sus solas fuerzas pueda ganar unas elecciones presidenciales; solo le es posible llegar a la Presidencia de la República al candidato que logre congregar el mayor consenso nacional, para lo cual resulta indispensable la conformación de una gran coalición que, a su vez, pueda concitar la voluntad de los colombianos en torno de una propuesta de gobierno que sea sólida, coherente, y que quien resulte electo pueda cumplirla dentro del cuatrienio en el que ejercerá sus funciones.
Lo anterior significa, sin que sea necesario ser adivino, que en la contienda vamos a tener tres clases del propuestas; a saber: a) Las propias del Establecimiento que serían más de lo mismo; b) las típicas de la Izquierda tradicional que se quedan en la mera crítica sin propuestas claras de gobierno o, escasamente, limitadas a hacer generalizaciones que no se concretan en proyectos de pronta realización y c) Las propuestas alternativas de gobierno que, inspiradas en la formulación de principios democráticos, constituyan un instrumento efectivo para superar la desigualdad, la pobreza y la exclusión y coloquen al País en la senda del progreso y del Desarrollo económico y social sostenible, dentro del respeto por la conservación del medio ambiente y la condición sine qua-non de comprometerse con la construcción de una verdadera paz estable y duradera.
Pero la seriedad de las propuestas se evalúa no solamente por la presentación mediática que hagan los candidatos al fragor del debate, sino por la importancia que en la organización de las propias campañas se le den a los equipos encargados de elaborar dichas propuestas. Hace varios años que se le viene dando más importancia al marketing político que a la elaboración de las propuestas; tal deformación no presenta mayores problemas a los candidatos del continuismo porque, sus programas están pre diseñados en los centros de pensamiento neoliberales y, porque, además, el Plan de Desarrollo lo elaboran con la debida anticipación los tecnócratas del DNP; no es extraño, entonces, que ya estén aplicados a esa tarea.
Indudablemente que se aprecia un avance dentro de las fuerzas democráticas y alternativas, que están empezando a superar la fase contestataria para tomar el verdadero rumbo de las organizaciones políticas que, al decir de Carlos Gaviria, no es otro que la toma del poder. Pero llegados a este punto, cabe traer a colación la pregunta que en su momento hiciera el maestro Echandía: ¿y el poder para qué?
Tal como fue histórica la frase de Alfonso López Pumarejo cuando después de cuatro décadas de la hegemonía conservadora sentenció: “El liberalismo se debe preparar para retomar las riendas del poder”, en la actual coyuntura bien podría afirmarse que los verdaderos demócratas debemos asumir con la mayor responsabilidad el reto que nos imponen las circunstancias que no es otro que el de prepararnos para gobernar. No podemos ser inferior ante la historia.