Por Eduardo Sarmiento Palacio
La constante en los últimos dos años y medio es que las proyecciones de los círculos dominantes fallan sistemáticamente. La práctica común es reducir las previsiones de crecimiento. En las teorías de comportamiento se considera que los agentes económicos racionales no incurren en errores persistentes. En algún momento descubren la causa del error y lo corrigen. En este sentido, el error persistente de las predicciones es una evidencia de que los fundamentos de análisis no corresponden a la realidad. Si las teorías fueran correctas, en unos casos se equivocarían hacia arriba y en otros hacia abajo, y se podría hablar de errores aleatorios o casuales, pero cuando se presentan en la misma dirección habría que reconocer fallas persistentes o deliberadas.
Las autoridades económicas están fundamentadas en el modelo convencional de que cuando la economía cae, la tasa de interés desciende y el tipo de cambio se devalúa hasta recuperarla. Sin embargo, el piloto automático no funciona dentro de un marco de tasa de interés cero, baja respuesta de las exportaciones a la tasa de cambio y cuantioso déficit fiscal.
Estamos en un mundo donde no se cumple la doctrina. La revaluación de diez años, la caída del precio del petróleo, la devaluación masiva infructuosa, el alza de la tasa de interés, la reforma tributaria basada en el IVA, y la colocación de TES han dado lugar a un sistema que opera con un exceso de ahorro sobre la inversión, dicho en otros términos, ingreso nacional superior al gasto. La diferencia impide que la liquidez monetaria entre a la economía. En efecto, los medios de pago, la base monetaria y el crédito bajan 8 % en términos reales, cuando normalmente subían 10 %. La demanda de dinero supera la oferta, que ha sido el patrón general de las recesiones mundiales, y da lugar a un estado general de sobreproducción.
El país está montado en la ficción de que la caída persistente de la actividad económica durante dos años y medio se puede arreglar con disminuciones de 0,25 o 0,50 en las tasas de interés. Así, dentro de una completa ingenuidad piensan que por ese camino aumentaría el consumo y el ingreso, se ajustaría la balanza de pagos, disminuiría el déficit fiscal y se reactivaría la producción y el empleo.
El principal obstáculo es el déficit fiscal de 3,5 % del PIB financiado con TES. La colocación de estos títulos presiona la tasa de interés de mercado, impidiendo que la baja de la tasa de referencia afecte la tasa de interés activa y el crédito. Los bancos preferirían colocar sus depósitos en TES que en préstamos al público. De cualquier manera, la tasa de interés no puede bajar suficientemente para equilibrar el ingreso y el gasto.
La verdad es que la caída de la economía obedece a deficiencias estructurales que no se pueden corregir con el método de inflación objetivo, basado en la trilogía macroeconómica de cambio flotante, austeridad fiscal y autonomía de la tasa de interés. No se cumplen las leyes de Say y de equilibrio que presumen que los ingresos siempre se igualan a los gastos. La tasa de interés se torna totalmente inoperante para regular la economía. El sistema queda expuesto a una restricción de la liquidez que precipita la caída libre. Estamos en un mundo de desequilibrio que requiere instituciones y acciones de desequilibrio.
Así las cosas, la solución al deterioro creciente no es bajar la tasa de interés de referencia, sino cambiar el modelo de inflación objetivo por un nuevo modelo que corrija el desajuste de la balanza de pagos, a tiempo que amplíe la liquidez por la vía del crédito y el déficit fiscal. En la práctica implica intervenir el tipo de cambio, financiar el déficit fiscal con emisión, darle un manejo pasivo a la tasa de interés y adoptar políticas industriales y agrícolas.
El Espectador, Bogotá.