POR NICK BEAMS /
Un informe sobre la competitividad de la Unión Europea (UE) publicado a comienzos de este mes de septiembre destaca la crisis existencial de la organización y la imposibilidad de superarla en el marco del sistema capitalista de Estados-nación. El informe fue preparado para la Comisión Europea (CE) por el exdirector del Banco Central Europeo y exprimer ministro italiano Mario Draghi.
Estas conclusiones no las sacó Draghi —él presentó propuestas destinadas a tratar de superar la crisis de la UE— pero surgen claramente del informe.
Y el propio Draghi es más que consciente de lo que está en juego. En los comentarios que presentó al informe, dijo sobre sus recomendaciones: “Hagan esto, o será una agonía lenta”. Y para subrayar el punto continuó: “Este es un desafío existencial”.
El informe, encargado el pasado otoño por la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, surgió del reconocimiento de que, como resultado de la desaceleración del crecimiento, que se remonta a décadas atrás, y del estancamiento virtual de los últimos años, la UE se está quedando cada vez más atrás de Estados Unidos y China en su desarrollo económico.
No es posible detallar aquí todas las áreas en las que Europa se está quedando atrás; se extienden a toda la economía. Draghi comenzó afirmando que Europa, con un mercado único de 440 millones de consumidores, 23 millones de empresas y el 17 por ciento del PIB mundial, tiene las bases para ser una economía altamente competitiva. Pero el informe muestra que esto no está sucediendo.
Señaló que el crecimiento en la UE se ha desacelerado debido al debilitamiento del crecimiento de la productividad, “lo que pone en duda la capacidad de Europa para cumplir sus ambiciones”.
El crecimiento económico de la UE “ha sido persistentemente más lento que en Estados Unidos durante las últimas dos décadas, mientras que China lo ha estado alcanzando rápidamente” y la brecha entre el nivel de PIB a precios de 2015 se ha ampliado de poco más del 15 por ciento en 2002 al 30 por ciento en 2023.
Otras cifras citadas recientemente por el corresponsal económico del Telegraph, con sede en Londres, Ambrose Evans-Pritchard, mostraron que en 1990 la UE, que entonces comprendía 12 Estados, representaba el 26,5 por ciento del PIB mundial. Hoy, la UE de 27 Estados representa solo el 16,1 por ciento.
En un artículo de opinión en la revista neoliberal The Economist, Draghi comentó que, en el pasado, la desaceleración del crecimiento “podía verse como un inconveniente, pero no como una calamidad. Ya no. La población de Europa está destinada a disminuir, y tendrá que impulsar más la productividad para crecer. Si la UE mantuviera su crecimiento medio de la productividad desde 2015, sólo sería suficiente para mantener el PIB constante hasta alrededor de 2050”.
El problema clave es que las condiciones que llevaron al crecimiento de la UE, incluso a un ritmo más lento, están desapareciendo.
El informe afirma que la situación posterior a la Guerra Fría, que implicaba una expansión del comercio mundial que apoyaba el crecimiento de la UE, ahora está “desvaneciéndose”. Y que “el orden comercial multilateral está en una profunda crisis y la era del rápido crecimiento del comercio mundial parece haber pasado”.
Con la “normalización” de las relaciones con Rusia después de la liquidación de la URSS en 1991, Europa pudo satisfacer sus demandas de energía. “Pero esta fuente de energía relativamente barata ha desaparecido ahora a un enorme costo para Europa”.
El resultado es que, si bien los precios de la energía han caído un poco desde su pico en 2022, tras el inicio de la guerra de Ucrania —provocada por los EE.UU. y las otras potencias de la OTAN— las empresas de la UE aún enfrentan precios de la electricidad que son dos o tres veces más altos que en los EE.UU. y precios del gas natural que son cuatro o cinco veces más altos.
El primer requisito para una transformación en la UE es la “necesidad de acelerar la innovación y encontrar nuevos motores de crecimiento”. En este sentido, Draghi señala el desarrollo de tecnologías avanzadas, en particular el uso de inteligencia artificial, para impulsar el crecimiento futuro. Pero en este ámbito crítico, la posición de Europa está decayendo.
Sólo cuatro de las 50 principales empresas tecnológicas del mundo son europeas y, entre 2013 y 2023, la participación de la UE en los ingresos globales de tecnología cayó del 22 % al 18 %, mientras que la de Estados Unidos aumentó del 30 % al 38 %.
El informe señala que una de las razones clave de la creciente brecha de productividad entre Estados Unidos y la UE desde mediados de los años 90 fue “el fracaso de Europa para capitalizar la primera revolución digital liderada por Internet”. Y con una nueva revolución digital en marcha, Europa “actualmente parece encaminarse a quedarse aún más atrás”.
“El mayor operador de nube europeo representa solo el 2 por ciento del mercado de la UE. La computación cuántica está lista para ser la próxima gran innovación, pero cinco de las diez principales empresas tecnológicas en términos de inversión cuántica tienen su sede en los EE.UU. y cuatro en China. Ninguna tiene su sede en la UE”.
Si bien se han desarrollado ciertas innovaciones en robótica autónoma y servicios de inteligencia artificial, “las empresas digitales innovadoras en general no logran escalar en Europa ni atraer financiación, lo que se refleja en una enorme brecha en la financiación en etapas posteriores entre la UE y los EE.UU. De hecho, no hay ninguna empresa de la UE con una capitalización de mercado de más de 100 mil millones de euros que se haya creado desde cero en los últimos cincuenta años, mientras que en los EE.UU. las seis empresas con una valoración superior al billón de euros se han creado durante este período”.
El desarrollo de la UE y el establecimiento de una moneda común, el euro, en 1999, fue un intento de las clases dominantes europeas de crear un marco más viable para el desarrollo económico y tratar de superar los problemas derivados de la división anticuada del continente en Estados-nación rivales.
Pero la unificación de Europa sobre una base capitalista siempre fue una utopía, porque cada una de las clases dominantes europeas sigue anclada en el sistema de Estados-nación en condiciones en las que los conflictos entre ellas se han intensificado, en lugar de disminuir.
Esto ha significado que los intentos de desarrollar una política industrial cohesiva se han visto obstaculizados. El Mercado Único se ha visto afectado negativamente por la capacidad de los países “con más margen fiscal [la referencia aquí es a Alemania] y la falta de coordinación entre los instrumentos de financiación”.
“Si bien la UE gasta colectivamente una gran cantidad en financiar sus objetivos industriales, los instrumentos de financiación están divididos según líneas nacionales y entre los Estados miembros y la UE. Esta fragmentación obstaculiza la escala, impidiendo la creación de grandes fondos de capital, en particular para inversiones en innovaciones revolucionarias”.
El informe hizo hincapié en que Europa se convierta en líder en descarbonización y tecnología verde. Pero las ventajas anteriores que pudo haber disfrutado ahora se están erosionando. Señaló que desde 2020, la innovación en materia de patentes se ha desacelerado. Entre 2015 y 2019, la UE representó el 65 por ciento del desarrollo de capital de riesgo en el sector del hidrógeno y las pilas de combustible, pero esta cifra se redujo a tan solo el 10 por ciento entre 2020 y 2022.
En su prólogo al informe, Draghi escribió que el impulso global hacia la descarbonización es una “oportunidad de crecimiento” para la industria europea, pero no está garantizada.
“La competencia china se está agudizando en sectores como la tecnología verde y los vehículos eléctricos, impulsada por una poderosa combinación de políticas industriales y subsidios masivos, control de las materias primas y capacidad de producir a escala continental”.
La UE se enfrenta a un dilema. Por un lado, China puede ofrecer la ruta más barata para alcanzar los objetivos de descarbonización, mientras que, por otro, “la competencia patrocinada por el Estado chino representa una amenaza para nuestras productivas industrias de tecnología limpia y automoción”.
A medida que se intensifica la lucha mundial por adquirir acceso a los minerales críticos necesarios para desarrollar tecnología verde, la descarbonización está directamente vinculada al gasto y la capacidad militares, junto con el acceso a los chips informáticos más avanzados.
Europa necesita una “política económica exterior” en unas condiciones en las que “las amenazas a la seguridad física están aumentando y debemos prepararnos. La UE es colectivamente segundo en el mudo en cuanto a gasto militar, pero esto no se refleja en la fortaleza de la capacidad de nuestra industria de defensa”.
Está “demasiado fragmentada, lo que dificulta su capacidad de producir a gran escala, y adolece de una falta de estandarización e interoperabilidad de los equipos, lo que debilita la capacidad de Europa para actuar como una potencia cohesionada”.
En el informe, Draghi señala que las dependencias de otros para materias primas cruciales se están volviendo cada vez más vulnerables, lo que amenaza las cadenas de suministro. Al mismo tiempo, el gasto total en defensa es un tercio del de Estados Unidos y la industria de defensa europea sufre décadas de subinversión y existencias agotadas.
“Para lograr una verdadera independencia estratégica y aumentar su influencia geopolítica global, Europa necesita un plan para gestionar estas dependencias y fortalecer la inversión en defensa”.
Para cumplir con sus objetivos en materia de tecnología, descarbonización y capacidad militar, Draghi calculó que la UE necesitará aumentar la inversión en 800.000 millones de euros, es decir, hasta casi el 5 por ciento del PIB al año. En comparación, el impulso proporcionado por el Plan Marshall en el período 1948-51 fue de entre el 1 y el 2 por ciento del PIB para los países receptores.
Esto requeriría una reestructuración masiva del sistema financiero, incluida toda la deuda de la UE. Reconociendo que el endeudamiento conjunto era un tema “muy delicado”, Draghi dijo que sería “fundamental para alcanzar los objetivos de la UE”.
Esas sensibilidades se revelaron de inmediato. El director gerente de la consultora Eurasia Group, Mutjaba Rahman, dijo al Financial Times que las “realidades políticas en París y Berlín significan que sus recomendaciones tienen cero posibilidades de ser implementadas”.
La reacción de Berlín confirmó esa evaluación. El ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, escribió en X/Twitter que el endeudamiento conjunto de la UE no resolvería los problemas estructurales. Las empresas no carecen de subsidios, pero están “atadas por la burocracia y una economía planificada”.
Su homólogo holandés, Eelco Heinen, dijo que estaba totalmente de acuerdo en que Europa tenía que crecer, pero que eso requería reformas y que “más dinero no siempre es la solución”.
Al recibir el informe, Ursula von der Leyen evitó respaldar la cuestión de más deuda.
Pero Draghi ha insistido en que la UE se enfrenta a una crisis existencial si este tipo de idas y venidas continúa. “Deberíamos abandonar la ilusión de que solo la postergación puede preservar el consenso. De hecho, la postergación solo ha producido un crecimiento más lento y ciertamente no ha logrado más consenso”.
Draghi no explicó en detalle las consecuencias de continuar por el camino actual, pero proporcionó algunas indicaciones, aludiendo a los peligros para el “bienestar” y el supuesto “modelo social” de Europa. Es decir, ataques más profundos a la posición social de la clase trabajadora europea.
Pero su plan no ofrece una salida. Más bien, es una expresión de la profunda crisis del capitalismo europeo en una situación en la que las condiciones que hicieron posible un avance limitado de la clase obrera han sido destrozadas por grandes cambios en los cimientos mismos de la economía capitalista global.
Las recomendaciones del informe no representan un plan para un futuro desarrollo económico armonioso, sino que subrayan el hecho de que esto es imposible bajo el capitalismo. El informe es, por tanto, una reivindicación, a su manera, de la perspectiva por la que luchó el movimiento obrero durante más de un siglo, de que ese futuro sólo puede asegurarse mediante la lucha política de la clase proletaria para poner fin al capitalismo.