diciembre 2, 2024 3:08 pm
Institucionalidad e instituciones mediocres

Institucionalidad e instituciones mediocres

POR CARLOS ARTEAGA

Este año recibieron el mal llamado Premio Nobel de Economía (en realidad Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel) los profesores James Robinson y Daron Acemoglu quienes han puesto de presente en su obra ‘Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Por qué fracasan los países’ el peso de las instituciones en el desarrollo, la riqueza y prosperidad de los países. Para tal propósito los precitados autores se inician en un apasionante viaje por la historia, echando mano de experiencias comparativas entre las naciones o regiones prosperas en contranste con las que todavía presentan enromes rezagos con grandes desigualdades y un desarrollo mediocre.

La invocación de James Robinson por el suscrito no resulta caprichosa, si tenemos en cuenta que el mismo es profesor de verano de la Universidad de los Andes, adicional a ello estudioso y conocedor de la historia colombiana, como inclusive pocos compatriotas que desprecian el estudio de nuestras realidades y se sienten mejor conociendo las realidades de la cultura inglesa o francesa, acaso aquello sea más una postura esnob.

La piedra angular de esa monumental obra es, como reseñábamos al inicio, las instituciones y no escatima esfuerzo en el desarrollo de la obra de explicar como desde el periodo colonial una elite fue construyendo o moldeando el engranaje que les permitió construir una “institucionalidad” al margen del desarrollo y la prosperidad colectiva, generándose entonces procesos que permiten la persistencia de la pobreza y el atraso en amplias franjas de la sociedad.

En esa línea no toman como referencias el clima, la genética, la raza, la geografía u otras variables que algunos estudiososos y pensadores le dieron mayor relevancia (véase Montesquieu, Bolívar etc.). El patrón fundamental que permite explicar este comportamiento de la elite es lo que denominan instituciones económicas extractivas, en tanto tienen por objeto extraer rentas y riqueza del “subconjunto de la sociedad para beneficiar un subconjunto distinto” en contraposición de las instituciones inclusivas.

El reducido grupo que organizó la casta sabe que su activo mas preciado es la educación de calidad, instrumento que le niega a grandes franjas de la sociedad. Si por ventura cede algo en este particular es una educación de baja calidad, sin herramientas como magníficos equipos de cómputo, laboratorios de excelencia, buena remuneración, etc.

James Robinson

El politólogo y pensador italiano Gaetano Mosca ha expresado: “En todas las sociedades, desde las medianamente desarrolladas, que apenas han llegado a los preámbulos de la civilización, hasta las mas cultas y fuertes, existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados”. Muchos siglos atrás Aristóteles habían puesto de presente que unos hombres nacieron para gobernar y otros para obedecer (determinismo cuestionable, pero muy propio de nuestro suelo). Uno puede estar en desacuerdo con estas reflexiones pero lo cierto es que la realidad nos avasalla, y hoy, al igual que ayer, existen elites que moldean el Estado y por ende la sociedad (o una gran franja) según su querer.

En ese sentido, no tiene razón valedera imitar a Jeremías bíblico en quejas y lamentos frente a este fenómeno intrínseco de la sociedad humana, tal como lo registra el calendario de la historia. El punto central y que si puede cambiar la sociedad es la exigencia de construir unas instituciones que consulten unos mínimos de justicia, de ética, de respeto a la dignidad humana ¡Que la voracidad y el hambre de dinero no les atrofie la luz del entendimiento a estas elites para entender que si este país progresa sus activos también crecen, sus haciendas se incrementan, y por sobre todo que suscribimos un pacto social contenido en  texto constitucional que nos obliga y vincula a una serie de derechos y deberes.

Jorge Eliecer Gaitán y Álvaro Gómez Hurtado muchísimos años atrás habían descrito la captura del Estado por una franja minoritaria desprovista de cualquier limite moral en el manejo de la cosa pública. La oligarquía colombiana es una realidad. El régimen es una realidad. Tienen enormes coincidencias en sus prácticas. Sin embargo, tienen una diferencia capital.

La coincidencia suprema del llamado régimen y la oligarquía es el desprecio a la institucionalidad política y económica. Les conviene el caos. Que la justicia tenga precio, que los organismos de control sean unos elefantes muertos, que la rama legislativa tenga una visión corporativista olvidando su primigenie razón de ser, amén de un carácter servil, que las campañas presidenciales sean permeadas por el narcotráfico para minar la gobernabilidad del magistrado supremo cuando toque. En fin, toda la institucionalidad actuando al “margen de la ley” y de la Constitución.

La diferencia fundamental entre la tesis del “Régimen” esbozada por líder del conservatismo y el jefe del liberalismo es que el primero comprendió que el régimen mas que “un puñado” de hombres era el grueso del aparato político a escala nacional desde el humilde concejal hasta e encumbrado ministro o senador de la capital de la Republica. Pensaba Gaitán, por el contrario, que el mal de la nación era la captura de esta a manos del “país político”, expresión en la cual no se abarcaba el ancho grueso del país político sino un reducido grupo de políticos y negociantes profesionales que usaban toda la estructura del mismo para la perpetuación del estado de injusticia. Por la cual era incompatible tal sistema con la democracia.

El tiempo les ha dado la razón, y hoy un politólogo y economista británico como James Robinson nos sirve de pretexto para recordarlos. Su mal llamado Premio Nobel, su libro y sus múltiples entrevistas. Estamos de vuelta en el “eterno retorno” y nuestros lideres del pasado siguen siendo referencias de un pasado que nos castiga cual promesa incumplida. La faceta extractivista de las instituciones políticas en Colombia nos mantiene jodidos y con sentido de pequeñez.

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