Por Eduardo Sarmiento Palacio
El país viene en un proceso de deterioro creciente y extensivo de la economía desde finales de 2014, pero no se ha avanzado en un diagnóstico de las causas y las soluciones han sido totalmente inefectivas. La información de mayo revela el agravamiento de las tendencias recesivas. La industria, el comercio y la construcción continuaron descendiendo y entraron en una fase de crecimiento negativo crónico. La producción de petróleo continúa estancada en 850.000 barriles y los precios externos tienden a US$40. La economía crece cerca de 1 %, con visos a entrar en índices negativos.
Las condiciones de la industria son especialmente adversas. Después de la leve mejoría de principios del año pasado, el sector volvió a la recesión y no tiene salida interna ni externa. Las exportaciones manufacturadas siguen cayendo y la reducción de las importaciones recae en la inversión. El plan de desarrollo de las locomotoras lideradas por la minería terminó convirtiendo la industria en un fardo.
Lo más preocupante es que los efectos de la recesión se están sintiendo de forma cada vez más intensa en el mercado laboral. El empleo crece cerca de 1 %, luego de haber crecido durante varios años por encima de 2 %. Por lo demás, la caída de los ingresos familiares ha propiciado la entrada de los miembros inactivos a la fuerza de trabajo, lo que aumenta el desempleo, reduce la productividad y presiona los salarios a la baja. Así, el deterioro de la actividad productiva se extiende al mercado laboral y la distribución del ingreso.
La economía ha llegado a un estado crítico. El déficit en cuenta corriente y el déficit fiscal están cerca de 3,8 % del PIB, el ahorro supera ampliamente la inversión, la industria lleva cuatro años en recesión y el producto nacional crece 1 %. La economía enfrenta una situación de desequilibrio monetario que no se contempla en los libros de texto más vendidos. El consumo decae más que la producción y la inversión lo hace a un ritmo mucho mayor. Se configuró un círculo vicioso en el que el gasto evoluciona por debajo del ingreso nacional y la diferencia se refuerza.
El desequilibrio no se puede corregir con la política monetaria de tasa de interés ni con el déficit fiscal financiado con títulos TES. La política fiscal y monetaria convencional elevaría la actividad productiva, pero ampliaría el desajuste de la balanza de pagos. La política de devaluación mejoraría la balanza de pagos por la vía de las importaciones, pero sería más que compensada por la reducción de la inversión. Simplemente, el número de instrumentos es inferior al número de desperfectos del sistema.
El país lleva tres años tratando de reactivar la economía dentro del marco contractivo de regla fiscal, tipo de cambio flexible e intervención de la tasa de interés por la vía del mercado. Se replica la experiencia de Estados Unidos y Europa, que confirmó que el modelo es ineficaz para enfrentar los estados álgidos y prolongados de recesión y estancamiento. La Reserva Federal al final de la administración Bernanke y ahora el Banco Central Europeo han buscado reactivar sus economías por el camino de la facilitación cuantitativa, que constituye una intervención abierta en el mercado monetario para financiar el gasto público e influir el tipo de cambio. En Colombia se requiere incluso ir más lejos con una política industrial que reconozca la realidad del comercio internacional y la regulación del sector financiero para elevar el ahorro y el capital.
En fin, la reactivación sostenida no es factible dentro del marco de equilibrio o de política monetaria guiada por la tasa de interés. La solución adquiere la forma de coordinación fiscal y monetaria, intervención en el tipo de cambio, política industrial y regulación financiera.
El Espectador, Bogotá.