diciembre 2, 2024 3:29 pm
La reivindicación de la causa campesina a través del testimonio de la senadora Catalina Pérez: historia de una vida atravesada por el sacrificio, la lucha social, el tesón y la esperanza

La reivindicación de la causa campesina a través del testimonio de la senadora Catalina Pérez: historia de una vida atravesada por el sacrificio, la lucha social, el tesón y la esperanza

La senadora Catalina Pérez durante la entrevista que concedió para el portal web de Todos Somos Colombia (TSC).

TSC /

Los rigores del conflicto armado, la lucha por obtener una parcela de tierra, la organización campesina, la muerte de compañeros en la brega social, el abuso de los factores fácticos de poder como los terratenientes y la Iglesia católica, la persecución del Estado por comprometerse en la causa agraria, el desarraigo como consecuencia del exilio, el retorno al terruño, el compromiso político, son algunos entre otros factores comunes que caracterizan la vida de quien o quienes han debido soportar las injusticias por reivindicar una existencia digna en una compleja nación como Colombia, cuyas clases dominantes, que no dirigentes, durante su ya dilatada historia, solo la han concebido como un enclave económico para expoliarlo en beneficio de sus mezquinos intereses. Ese conjunto de difíciles circunstancias es el que a lo largo de su travesía vital le ha tocado enfrentar con decisión y carácter a Catalina Pérez Pérez, hoy senadora de la República por el Pacto Histórico.

Nacida en el corregimiento de Los Vientos en Montería, departamento de Córdoba en 1948, su trasegar social y político es un testimonio de las luchas campesinas de hace más de medio siglo en la Colombia profunda, en medio de las seculares injusticias, y a la vez, ejemplo de tesón en la actual coyuntura histórica que vive el país por revertir el inequitativo modelo económico a lo que las élites de siempre se resisten y buscan a como dé lugar obstaculizar y derrocar al primer Gobierno progresista y de talante de izquierda que se estrenó en agosto de 2022.

La vida campesina en la Colombia de mediados del siglo XX

 

La lucha del campesino colombiano en busca de lograr sobrevivir en su terruño ha estado atravesada a lo largo de la historia por el afán de lograr conseguir una parcela que le posibilite una subsistencia relativamente digna, propósito por el que sigue bregando hasta el día de hoy.

Catalina recuerda sus duros años de infancia en los que debió trasladarse hasta la propiedad rural de su abuela materna María Agustina, “la Mona” Varga, en Loma Verde, en el mismo corregimiento de Los Vientos, para poder iniciar el estudio de sus primeras letras. Era la época en que sus progenitores se separan. Su madre se organiza luego con Francisco Mora, un agricultor, a quien desde entonces la niña lo reconocerá como su padre no biológico.

Como en muchos lugares de la ruralidad colombiana, los niños debían desplazarse varios kilómetros diariamente para poder llegar a la escuela. En este caso, las modestas instalaciones de la escuelita a la que acudían alrededor de treinta infantes estaban en el corregimiento de Dos Bocas, a dos horas de distancia. La instrucción básica en las áreas rurales de esa época tenía la particularidad que las Secretarías de Educación departamentales enviaban maestros que a duras penas les pagaban dos o tres meses y se olvidaban de su suerte. Por ello, su abuela, “La Mona Varga”, que era de cierta comodidad asumió el pago de la maestra para que sus nietos pudieran continuar recibiendo clases.

En el año de 1965 fallece la abuela que era el centro de la familia y consecuentemente se acaba la “casa grande”, habida cuenta que sus cinco hijos hacen la partición y su madre, Eufemia Pérez Varga, se hace a un solar en el que organiza su vida familiar.

Recientemente la senadora Catalina Pérez visitó la zona costanera de Córdoba, en la vía Santa Lucía-Moñitos, dialogando con los campesinos plataneros y escuchando sus problemáticas.

La influencia de curas y monjas

En medio de la cotidianidad rural, un día apareció un grupo de curas y monjas que cada cuatro años realizaba la “misión” de bautizar a niños y casar a las parejas que no habían contraído el “sagrado” sacramento matrimonial y la madre de Catalina les ofreció unas viandas en su vivienda. Aunque la niña con el suficiente carácter le manifestó a su señora madre que no aparentara con los clérigos y les sirviera los alimentos en totuma, la “importancia” de la visita hizo que doña Eufemia pidiera prestada una loza a una vecina para poder atender de la mejor manera al grupo eclesiástico.

Al cabo de la visita del grupo de curas y monjas, Catalina expresó su interés de irse a trabajar con ellos en el Seminario de San Juan de Dios en Montería. Su madre accedió y es así como a sus 16 año comenzó a laborar. Ello le permitió retomar sus estudios de enseñanza básica en jornada nocturna. En las horas de la mañana junto a otras siete muchachas atendían a doscientos jóvenes seminaristas, a los curas y a las monjas que vivían en el claustro, así como hacían los oficios de limpieza del templo.

En el transcurrir de su actividad de oficios domésticos, un seminarista que estaba ya para ordenarse, el cura Mayorga, intentó violarla, pero Catalina logró zafarse cuando el clérigo la tomó por las manos. Ella denunció el abuso a las directivas del Seminario, renunció y logró conseguir una plaza laboral esta vez en la Casa arzobispal.

Encuentro con el padre

En su nueva responsabilidad laboral se llevó una gran sorpresa. Estando una mañana haciendo su trabajo de limpieza escuchó una voz en la calle que vendía verduras en una carreta. Abrió la puerta y vio que era su padre biológico, quien se encontraba enfermo y en precaria situación económica. Habían pasado ya varios años cuando en su niñez se había cruzado con él por primera vez y su abuela le indicó de quién se trataba. La niña fue a saludarlo, le extendió su mano, pero el padre se abstuvo de estrechársela. Ello le generó un trauma emocional. No obstante, la triste experiencia, en esta oportunidad Catalina dejaba de cenar o almorzar para ofrecerle sus alimentos a su padre. Recuerda este episodio con tristeza, se le humedecen sus ojos al contar que con su escaso salario logró ahorrar durante cuatro meses y le pudo instalar una tienda en Montería, con lo cual su padre no solo mejoró su condición económica, sino que se repuso de sus quebrantos de salud.

Son años de sacrificio, de solidaridad con el padre que estuvo ausente durante su primera infancia, de afianzar su voluntad por seguir adelante. Si bien fue una época en la que forjó su carácter, no duda en señalar que “no tuve juventud”.

Primeros pasos en participación política

Al finalizar la década de los 60 decide irse a trabajar a Cali en servicios domésticos. Va de la mano de sor Bernarda, a quien recuerda como una “monja revolucionaria”, imbuida por la Teología de la liberación en boga por aquellos años, quien la llevaba a manifestaciones políticas y logró despertar desde entonces su interés por las causas sociales y vivir la jornada electoral del 19 de abril de 1970, “cuando nos acostamos elegido Rojas Pinilla y amanecimos con Misael Pastrana de presidente”.

Aunque es consciente de que en el caso colombiano la religión católica ha sido un dispositivo de poder que ha contribuido al statu quo y a sustentar la narrativa del conformismo social e individual, fueron curas y monjas quienes terminaron siendo determinantes tanto en sus inicios laborales como en su incursión en el accionar político.

Si bien sostiene que es creyente, manifiesta que no pertenece a ninguna religión.

En Cali, se independiza de las monjas, entra a trabajar de modista, hace un curso de ventas y sigue sus estudios de bachillerato en el Santa Librada. Sin embargo, su madre se traslada a buscarla a ella y a su hermana y las retorna a Montería, donde va a comenzar una nueva etapa que será definitiva en el transcurso de su vida.

la congresista Catalina Pérez en sus faenas agrícolas.

Accionar en la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos

Cuando regresa a la capital de Córdoba se encuentra con que su padre no biológico Francisco Mora, su madre Eufemia y su hermana mayor Ana Lucía participan de reuniones organizadas por el Ministerio de Agricultura con promotores para impulsar la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). Le interesa el tema, no le es ajena la lucha por las reivindicaciones sociales por sus años de participación en Cali en manifestaciones políticas a las que la llevaba sor Bernarda.

Escucha con atención el discurso de los funcionarios del Ministerio de Agricultura que hablaban de “la tierra como valor social de la humanidad”, como componente de la vida social y de la dignificación de la vida del campesino. En medio de ese ambiente de capacitación y de activismo político se mete de lleno en el proceso de organización de la ANUC en Córdoba.

Vienen entonces unos años de enriquecimiento intelectual, de intensa lucha social y organización campesina con referentes como Orlando Fals Borda, “quien era nuestro maestro”, dice.

En la ANUC también conoció a la legendaria luchadora social Juana Julia Guzmán, con quien departió ampliamente en la Casa campesina en Montería y se familiarizó con el pensamiento de Mao, Ho Chi Minh, el Che Guevara, Fidel Castro, eran los años de influencia de la Revolución cubana.

Por ello no duda en señalar que “la ANUC fue mi escuela y mi universidad. Fue lo mejor que me llegó a mi vida”.

A la par con la capacitación política y social llegó también el accionar por las reivindicaciones campesinas. Se buscó hacer realidad la consigna de la Revolución mexicana de “la tierra es para quien la trabaja”, enfrentando al terrateniente colombiano que siempre ha tenido una mentalidad feudal sobre su uso.

Buscando que se haga realidad el postulado constitucional de la reforma constitucional de 1936 según el cual la propiedad privada debe “cumplir una función social”, los activistas a instancias de la ANUC protagonizaron unas 800 tomas de tierra, logrando la parcelación a 80 familias campesinas. El 21 de febrero de 1971 se decretó la hora cero con lo cual se evidenció el grave e histórico problema agrario en Colombia.

Se reveló además que terratenientes como el reconocido Martín “el Gallino” Vargas, millonario provinciano, a quien se le “incoraron” (intervinieron) varias hectáreas de sus extensas haciendas no pagaban impuestos y su afán era la acumulación de tierra no importa que sea improductiva.

En Colombia el terrateniente es un poder fáctico que se ha atravesado a todo intento de democratización de uso de la tierra y en consecuencia constituye un factor de atraso y premodernidad.

Ejemplifica su tesitura la breve pero categórica respuesta que “el Gallino” Vargas dio ante el secuestro de uno de sus hijos por parte del mítico bandolero Efraín González en 1965, quien por su rescate pedía un millón de pesos, más de mil millones de pesos hoy: “Es más fácil hacer un hijo que hacer un millón de pesos”.

Ante las acciones de “recuperación” de tierra por parte de la organización campesina vino la represión estatal, la persecución y los asesinatos de dirigentes emblemáticos de la ANUC como Manuel Hernández, Eduardo Mendoza e Ismael Vertel en 1974.

Encarcelamiento y exilio

En medio de esa conflictividad social, la persecución oficial llegó al entorno de Catalina Pérez. Fue puesta presa en cinco ocasiones y golpeada; en una oportunidad detenida junto con su compañero Máximo Jiménez Hernández y los integrantes de su conjunto vallenato. Le siguieron un consejo verbal de guerra acusándola sin ninguna prueba de que era integrante del entonces grupo insurgente M-19. Posteriormente, en la década de los 80 tuvo que salir forzada de Montería a Sincelejo, donde debió enfrentar el allanamiento a su casa.

Ante tanta persecución no tuvo otra alternativa que esconderse hasta que Amnistía Internacional intervino para que se le otorgara asilo en Austria, en donde permaneció por espacio de 21 años.

“No dejé de estar en Colombia”

Durante ese lapso si bien “mi cuerpo estaba en Austria mi mente no dejaba de estar en Colombia”, afirma. En Viena desplego una intensa actividad social y cultural. Fue promotora de la Casa Cultural Colombiana, donde se organizaron comités infantiles de baile y cursos de danzas.

En las actividades con niños participó activamente su hijo Máximo Jiménez Pérez, quien hoy vive en el Reino Unido. Recuerda la jornada “Los niños y la comunidad construyen la paz en Colombia” que se realizó para recolectar fondos destinados a ayudar a 75 infantes del departamento de Córdoba.

También editó dos periódicos para los colombianos residentes en Austria: La Chiva y Colombia Hoy.

Su activismo social lo combinó con la capacitación personal, pues logró aprender alemán y realizó un curso de geriatría.

En 2015 retornó a Colombia por la situación de salud de sus padres. Venía por seis meses y se quedó de manera definitiva. Tras el fallecimiento de su madre en 2016, se compromete a revivir la Asociación Departamental de Amas de Casa de Sucre (AMARS) y se instala en la ciudad de Sincelejo, desde donde retoma su accionar político y social.

En las elecciones a Congreso de 2018 integró la Lista de la Decencia al Senado, pero no quedó electa.

Luego en 2022 comprometida con la campaña presidencial de Gustavo Petro aspiró nuevamente con el número 22 en la lista del Pacto Histórico, aunque no alcanzó el umbral, sin embargo, en marzo de 2023, fue posesionada como senadora ocupando la curul de César Pachón, quien fue suspendido por el Consejo de Estado.

En los años 80 conoció a Gustavo Petro en una reunión en la población de Chachagüí, entonces corregimiento de la ciudad de Pasto, organizada por el movimiento Los Inconformes que lideraba en Nariño, Raúl Delgado Guerrero, actualmente, director de la Agencia de Renovación del Territorio (ART).

Desde entonces coincidió con el hoy primer mandatario en congresos campesinos y sociales, siendo afín con su pensamiento y sus postulados ideológicos.

Como congresista, Catalina Pérez se ha caracterizado por ser defensora de los proyectos de restitución de tierras y de Derechos Humanos que promueve el Gobierno. Hace parte de la Comisión Quinta, encargada de asuntos de medio ambiente y agricultura.

Al ser preguntada si se siente reivindicada por haber llegado al Congreso de Colombia tras tantos años de lucha y sacrificios, a esta líder campesina se le aguan los ojos y con un nudo en la garganta, responde: “Nunca me sentiré reivindicada. Mi vida es el campo, las ciudades son cárceles abiertas. Soy senadora por la lucha campesina que ha dejado muchos muertos. Por esa trayectoria de lucha mi familia está diseminada”.

Termina su testimonio de vida entonando una melodía que compuso en homenaje a un líder campesino asesinado por agentes del Estado colombiano en la década de los 70:

“Voy a contarles una historia muy sentida / lo que sucedió allá en la hacienda de Leticia / donde queman vivo a un compañero / y para este crimen ni siquiera hubo justicia / primero con un lazo lo colgaron para sacarle una declaración / cuatro agentes y un civil lo quemaron / porque el compañero puso duro el corazón / él tenía que hacerlo porque era muy inocente / en ningún momento acuso a sus compañeros / y por eso lo quemaron los agentes / terrateniente y compañía han desatado una violencia sin cuartel / hace poco en la vereda de Arroyón asesinaron al compañero Ismael Vertel / F-2, Policía y Carabineros junto con el DAS son la mano negra / asesinan a inocentes campesinos y después de muertos los acusan de cuatreros / compañeros yo con esta me despido / no sin antes hacerles recordar que por el derecho a la vida todos busquemos la paz”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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