Por Isabel Piquer / Eldiario.es
Emmanuel Macron, un novato en política de 39 años, con una muy tenue relación el Partido Socialista y un programa de centro, disputará la Presidencia de Francia a la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen, que ha conseguido los mejores resultados de su partido, el Frente Nacional, el próximo 7 de mayo.
Así lo decidió la primera vuelta de las elecciones presidenciales que dieron el primer puesto a Macron con el 23,4% de los votos, y el segundo a Le Pen con el 22,3%.
Fuera quedaron los candidatos de los partidos tradicionales, conservadores y socialistas, que sumaron sólo algo más del 25% de los votos, un hecho sin precedentes en la V República francesa.
En primer lugar, el conservador François Fillon, con un 19,7%, líder de los Republicanos, favorito inicial de la contienda que vio su candidatura hundirse tras las revelaciones de los empleos ficticios de su esposa e hijos a costa del erario público. Después, Jean-Luc Mélenchon, con un 19,3% otro político veterano, pero ahora líder de una izquierda radical y portavoz de una “Francia Insumisa” que despuntó en los sondeos en las últimas semanas. Por último, el socialista Benoît Hamon –con una derrota traumática (6,2%)–, un candidato voluntarioso salido de unas primarias complicadas, última víctima de la impopularidad del Gobierno de François Hollande y de la profunda inadecuación de su partido ante los retos del siglo XXI. Los franceses han optado por dos candidatos atípicos. Por un lado, Emmanuel Macron, 39 años, banquero, cuya única experiencia en el Gobierno se resume a haber sido ministro de Economía durante dos años (2014-2016) antes de crear su propio partido En Marche! (En Marcha!) para canalizar sus ambiciones presidenciales.
Por otro, Marine Le Pen, 48 años, diputada europea, líder de un partido que ha conseguido, gracias a la hábil manipulación del malestar galo, banalizar un discurso xenófobo y mejorar los resultados de su padre en anteriores comicios presidenciales.
Macron en tono sereno y magnánimo, como si ya ocupara el palacio del Eliseo, y en un discurso sorprendentemente blando, prometió llevar “la exigencia del optimismo y la voz de la esperanza” a todos los votantes franceses. Su proyecto, dijo, “no fue un sueño o una burbuja”, sino fruto de la “voluntad encarnecida y bondadosa” de sus simpatizantes.
Le Pen no se salió del discurso oficial. Habló de “luchar contra la mundialización salvaje que pone en peligro nuestra civilización”, pidió “liberar el pueblo francés” del “yugo del dinero” y soltó una referencia al general de Gaulle por aquello de atraer a un voto más moderado. Pero le va a costar ampliar su base electoral en la segunda vuelta.
Tanto Hamon como Fillon pidieron el voto a Macron para frenar al Frente Nacional. El socialista, el primero en comparecer ante los medios, asumió la responsabilidad de una derrota “electoral y moral”. En cuanto al jefe de los republicanos, también personalizó su fracaso y pidió “sin gran alegría” a sus simpatizantes que se posicionaran contra la formación de extrema derecha que “sólo puede traer violencia e intolerancia”.
Mélenchon, obviamente decepcionado porque su remontada de las últimas semanas parecía augurarle un mejor resultado, tardó más en salir y no dio consignas de voto.
El fracaso de la política tradicional
Fue una noche histórica. Por primera vez desde el inicio de la Quinta República en 1958, los dos movimientos que se han alternado en el poder, bajo diversas encarnaciones, han quedado fuera de la contienda decisiva. Por primera vez, el Frente Nacional ha superado la barrera del 20% en unas presidenciales y por primera vez los socialistas se han hundido de manera tan estrepitosa.
Se temía que la profunda indecisión que pronosticaban los sondeos semana tras semana fuera a alejar a los votantes galos de las urnas. La participación resultó ser bastante normal, algo más del 77%. El atentado perpetrado el jueves por la noche en los Campos Elíseos contra un autobús de policías, sólo contribuyó si acaso a movilizar a los franceses.
La campaña vivió muchos sobresaltos, sobre todo los marcados por el escándalo Fillon, y donde los únicos temas fueron el profundo malestar y la gran incertidumbre con los que Francia se enfrenta al futuro. A lo largo de estas semanas los candidatos, sin convencer realmente a nadie, ofrecieron sus soluciones al declive de la grandeur, al papel de Francia en una Europa que no se encuentra, al trauma de los atentados terroristas, al fracaso de la integración de los hijos de la inmigración, o a la impotencia ante un paro que sube (9,7%) y crea cada vez más trabajo temporal.
Los franceses están hartos de los partidos tradicionales. Y ya no se reconocen en sus líderes. El actual presidente, François Hollande, ha estado tan ausente de la campaña que ninguno de los candidatos se ha molestado en posicionarse a favor o en contra del balance de su gobierno.
Para Marine Le Pen el resultado es un éxito. Supera en un millón de votos a su padre, Jean Marie Le Pen, que el 21 de abril de 2002 causó un auténtico terremoto al eliminar al socialista Lionel Jospin de la carrera presidencial con el 16,8% de los votos y alcanzar la segunda vuelta, que perdió frente al conservador Jacques Chirac. En aquella época el Frente Nacional seguía siendo un partido marginal, no la formación que puede permitirse unos postulados xenófobos que escandalizan cada vez menos y ya no sorprenden.
Los límites de Le Pen
La líder de la extrema derecha ya cosechó buenos resultados en las regionales de diciembre 2015 cuando se llevó 27,7% del voto. Pero una “movilización republicana” evitó que superara ese resultado en la segunda vuelta. Es poco probable que vaya más allá de ese listón el 7 de mayo.
A Le Pen le va a resultar difícil presentarse como una candidata antisistema contra Macron que, con su aventura atípica y su juventud, ya la ha derrotado. Macron, cuya candidatura fue acogida con inmenso escepticismo incluso con sorna hace un año, se ha aprovechado ahora del hundimiento de Fillon en los últimos meses de campaña.
Anclado en el centro, progresista en lo social, liberal en lo económico y proeuropeo, Macron ha sabido captar el voto útil, el que, sin estar muy convencido por su persona –estridente en los mítines y poco empático- o por un programa cajón de sastre, ha visto en el joven tecnócrata un mal menor.
Favorito de los mercados, empollón profesional –ha estudiado en las “grandes escuelas” de la élite gala-, y especializado en finanzas, Macron tiene una trayectoria personal peculiar, puesto que sigue casado con la que fuera su profesora de teatro, Brigitte Trogneux, 24 años mayor que él, la única esposa de candidato que ha participado activamente en la campaña. Si gana, y mucho tendría que pasar para que no ganara, se convertiría en el presidente más joven de la Quinta República.