Por Eduardo Sarmiento Palacio
Los resultados electorales de Estados Unidos han creado estupor y desconcierto. En general, el voto no es un pronunciamiento sobre la orientación futura de la sociedad, sino el descontento con las instituciones y los partidos políticos que han predominado en las últimas décadas. Mal puede interpretarse como una clara determinación ideológica, en particular en materia económica, donde Trump tiene coincidencias con Sanders.
La sociedad estadounidense ha vivido dentro de la ficción de que los círculos que detectan el poder tienen derecho a la razón y el resto está supeditado a sus designios. La mejor ilustración está en el libre comercio. La idea se justificó en virtud del principio de Ricardo y se proclamó en las administraciones de Reagan y Thatcher. De acuerdo con este principio, la mejor opción para los países es especializarse en los bienes que están en mejores condiciones de elaborar y adquirir los restantes en las naciones socias. Esta primera lección se presentaba como obvia y servía para descalificar a quienes no la aceptaban. Sin embargo, no evitó que el ciudadano del común formara su propia percepción. Los trabajadores de Michigan y Pensilvania entendieron muy bien que la apertura comercial y la entrada de productos chinos los despojó de sus empleos y le impidió ascender a la clase media.
El drama es que las teorías de la globalización que llevaron a adoptar el libre mercado no han sido validadas por los hechos. Primero, el libre comercio es un juego en el que no todos ganan; el proceso genera ganadores y perdedores. Segundo, el libre comercio favorece a los países que tienen mayor demanda por los productos de ventaja comparativa; la economía que se especializa en bienes de bajo contenido tecnológico, como sucede en las áreas abundantes en recursos naturales, configuran estructuras deficitarias financiadas con inversión extranjera. Tercero, la competencia mundial por generar superávits en cuenta corriente coloca los salarios por debajo de la productividad y amplía la participación del capital en el producto nacional.
Frente a este panorama, las cosas no resultaron de acuerdo con los deseos. El libre comercio no generó los beneficios que proclamaban las teorías clásicas. Hoy en día los hechos han venido a revelar que probablemente los trabajadores de Michigan y Pensilvania tenían mejor percepción de la realidad que los círculos que descalificaban a quienes no reconocieran los beneficios inmensurables del libre mercado.
El otro insuceso grave es la imprecisión de las encuestas realizadas recientemente en Estados Unidos, Inglaterra y Colombia. Se ha vuelto costumbre que los sufragantes que no están en línea con el pensamiento dominante no expresan su intención de voto en las exposiciones públicas y los sondeos. Por su parte, las encuestas se calibran para no apartarse de los colegas y de los deseos de los contratantes. Curiosamente, luego de las leyes de la estadística y las probabilidades probadas durante siglos, así como los avances de la computación, las elecciones se asemejan cada vez más a juegos del azar.
De todas formas, el resultado electoral revela la incapacidad del establecimiento de Washington para superar los estereotipos que han fracasado reiteradamente. El sistema bipartidista demócrata y republicano dentro de la concepción neoliberal dominante ha traído el retroceso del crecimiento económico, la caída del salario real en los últimos diez años del 70 % menos afortunado, los retornos excesivos del capital, la pérdida de empleo en las áreas industriales y el deterioro de la distribución del ingreso. Lamentablemente, las soluciones han quedado en manos de una personalidad que no tiene la trayectoria ni los planes concretos para realizarlas.
El Espectador, Bogotá.