enero 19, 2025 2:21 pm
Los mensajes de la Tierra

Los mensajes de la Tierra

POR LEONARDO BOFF

La conciencia de que la Tierra está viva tiene la ascendencia más elevada. Se llamó Magna Mater, Nana, Pachamama, Tonanzin y actualmente Gaia, un súper-organismo que articula sistemáticamente todos los elementos fisicoquímicos y energéticos que permiten y sostienen la vida. El 22 de abril de 2009, la ONU formalizó por unanimidad la nomenclatura Madre Tierra, reconociendo que es un ente vivo, portador de derechos, a la que debemos tratar con los mismos predicados con los que tratamos a nuestras madres: con respeto, con cuidado y veneración. Luego se oficializó la expresión Casa Común, involucrando al ser humano y a toda la naturaleza. Esto quedó claro en la Carta de la Tierra de 2000, que decía: “La Tierra, nuestro hogar, está viva y alberga una única comunidad viva” (Preámbulo). El papa Francisco en la encíclica Laudato Sí: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) al asumir esta expresión –Casa Común– contribuyó a su universalización.

Como realidad viva, la Tierra está continuamente en acción y reacción. Nos envía eventos que son mensajes para escuchar y descifrar. Cuando el ser humano se sintió aún más parte de la naturaleza, en esa porción de la Tierra que había alcanzado un alto grado de complejidad al punto de comenzar a sentir, pensar, querer, cuidar y venerar, tuvo todas las condiciones para captar mensajes y la capacidad de descifrarlos. En pocas palabras: los seres humanos entendían las señales de la atmósfera y sabían si llovería o haría buen tiempo; observando los árboles, sus hojas y flores, supo qué frutos producirían. Y así en muchos otros casos. Esta escucha de la Tierra y de la naturaleza y el desciframiento de sus señales todavía está presente hoy en los pueblos originarios que dominan el código de lectura del mundo circundante y cósmico.

Hemos descubierto que se ha producido un gran punto de inflexión en la era moderna, especialmente con los padres fundadores de nuestro paradigma actual, basado en la voluntad de poder y dominación. Han tratado a la Tierra como una mera res extensa, una realidad sin propósito, una especie de cofre del tesoro de recursos naturales disponibles para el placer humano. Escuchar las voces de la Tierra, sus gemidos y sus susurros, «escuchar las estrellas», se decía, es cosa de poetas o un homenaje al animismo antiguo.

La forma moderna de ver la Tierra ha transformado el conocimiento científico en una operación técnica (el conocimiento es poder según Francis Bacon), un proceso de dominación de todas las esferas de la naturaleza y la vida. Pero se gestionó sin la debida atención del oyente respecto a los mensajes. Por el contrario, hicieron oídos sordos, explotando prácticamente todas las virtualidades de los biomas, degradándolos. Las quejas de la Magna Mater quedaron inaudibles, después de todo, ¿para qué escucharlas? ¿No aparecía como su dueño y señor (maî tre et poseseur de René Descartes)? Entonces perdió el código para leer el mundo.

Ésta es la situación predominante de nuestro mundo transformado por la tecnociencia. Hemos escuchado mil voces y ruidos producidos por nuestra cultura técnico-científica. No prestamos atención a las voces de la naturaleza y la Tierra. Estas voces son ahora gemidos y gritos de una vida herida y crucificada. A nuestras agresiones centenarias, que lo han despojado de todo, sin importar los efectos secundarios peligrosos e incluso malignos, ha respondido con mensajes en forma de tsunamis, terremotos, tifones, tornados, inundaciones devastadoras, tormentas de nieve nunca vistas, en una palabra, con eventos extremos.

Debido a que no escuchamos los mensajes contenidos en tales eventos, nos han enviado otras señales poderosas que han afectado directamente nuestras vidas: la inmensa variedad de bacterias y virus, desde la simple gripe hasta el VIH y el ébola, culminando en el coronavirus. Estos últimos afectaron sólo a los humanos y salvaron a otros organismos vivos. Todos se han movilizado para encontrar un antídoto, las distintas vacunas. Pocos se han preguntado de dónde vino el Covid-19. Provino de la naturaleza donde la intervención utilitaria del hombre destruyó el hábitat de estos microorganismos. Estos han buscado a otro, viniendo a instalarse en nuestras celdas. Invisible, ha puesto de rodillas y ha dejado impotentes a todas las potencias militaristas y sus bombas nucleares y químicas.

¿Por qué digo esto? Porque no hemos aprendido nada de la lección que la Tierra y la naturaleza quisieron darnos a través del Covid-19. El aislamiento social que impuso debería haber servido como una oportunidad para reflexionar sobre lo que hemos hecho hasta ahora con el sistema de vida y el tipo de mundo que queremos habitar. El caso es que una vez pasada la gran amenaza colectiva hemos vuelto con furia a la antigua normalidad, continuando con la depredación de la naturaleza y por tanto con la destrucción de los hábitats de los microorganismos. Hemos inaugurado una nueva era, el antropoceno.

Los acontecimientos ocurridos en 2023 y 2024, como las grandes inundaciones en todo el mundo y en el sur de Brasil, los incendios devastadores en muchos países, las guerras de alta letalidad (ya que la Tierra y la humanidad forman un solo y complejo Entidad, observada por los astronautas -el Efecto Panorama-), las perversas desigualdades sociales a nivel global y, entre otras señales, la gran alarma -un auténtico meteoro- del imparable calentamiento global, representan los mensajes que la Tierra y la naturaleza están enviando a nosotros. Son muy pocos los que los escuchan y los interpretan. El negacionismo, la sordera colectiva y el desconocimiento consciente predominan porque obstaculizan la acumulación desenfrenada en detrimento de las vidas humanas y de la naturaleza.

Si no nos detenemos y escuchamos con humildad, leyendo los mensajes que envía la naturaleza y la Madre Tierra y colectivamente no cambiamos de rumbo, se hará realidad lo que advirtió proféticamente el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2020): «estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o nadie se salva». Esta vez no existe un Arca de Noé que preserve a los representantes del mundo viviente y deje perecer a los demás. Todos, inconsciente e irresponsablemente, nos acercamos al abismo en el que podemos caer.

Será un resultado siniestro porque no hemos abierto los oídos y descuidado interpretar las señales que la naturaleza y la Madre Tierra nos han gritado, suplicándonos una conversión ecológica radical y la definición de otro camino de civilización. La actual nos lleva irremediablemente a un final trágico. Y así nos sumaríamos a los miles de organismos vivos que, al no poder adaptarse a los cambios, acabaron desapareciendo. La Tierra, sin embargo, seguiría existiendo, pero sin nosotros.

Como lo impensable y lo inesperado pertenecen a la historia, todo podría ser diferente. Como decía un filósofo presocrático: si no esperamos lo inesperado y esto puede suceder, entonces estaremos todos perdidos. Así que tengamos cuidado con lo inesperado. Esperamos que esto pueda suceder.

@LeonardoBoff

 

 

 

 

 

 

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