POR MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
Hace unos días, al ver una entrevista que la periodista Eva Rey le hizo a Lady Noriega, exmodelo, cantante y actriz, muchas mujeres no pudimos evitar estremecernos en dos momentos que, ya convertidos en fragmentos cuasi-promocionales, se reprodujeron viralmente en varias redes. En el primero, la entrevistada ejemplifica cómo llega al consultorio médico de su marido cirujano plástico, un “manager” (o sea, un chulo) de modelos web-cam a exigir el modo en que debe “dejar” el cuerpo de sus reclutadas: “A esta la quiero como a una niña virginal, que quede como niña de 12 años”; “A esta otra la necesito “buenona”; “A ésta ponle busto, ponle nalga”, o sea, continúa diciendo Lady Noriega, “todo depende de la necesidad del mercado”.
En el segundo momento, ella recuerda “la primera vez” con quien es ahora su esposo. Entre risas, narra que él le tendió una especie de trampa y que terminó cayendo sin poder escapar, pues, cuando menos lo pensó, tenía encima un hombre de ochenta y cinco kilos. Aunque no sabe cómo llamar lo que parece una violación en toda regla (Lady cuenta que “quería y no quería”), confiesa que no fue una experiencia agradable. Lo que me interesa de la situación no es criticar a dos mujeres que respeto enormemente, sino observar que cada vez somos más las que no toleramos la naturalización de violencias que antes nos parecían normales.
Como Lady, he estado en situaciones de abuso que sólo identifiqué de esa manera después de muchos años y, al igual que Eva, también tomé como algo divertido el avance de algunos hombres y no como lo que realmente era: un acto de agresión.
La cultura patriarcal, entre muchas otras características ultrajantes, es pedófila, traqueta y putera. Suscribe la normalización de un discurso como el del proxeneta de esta anécdota en el cual se habla de la infantilización del cuerpo de las mujeres para dar placer a los hombres; se sofistica la prostitución como trabajo y no como una de las formas de violencia más antiguas practicada contra las mujeres y pasa por alto la aquiescencia escandalosa de mujeres adultas que reproducen esa falta de conciencia en una conversación banal y “sin pelos en la lengua”. Pero lo peor de todo es el paradigma neoliberal que con su lema traqueto “plata es plata” empodera el libre mercado de la industria putera ––y de lo que sea–– con tal de convertir en negocio hasta la última renta de la indignidad humana.
Periódico Vida, Bogotá.