POR OMAR ROMERO DÍAZ
En sus más recientes intervenciones, el presidente Gustavo Petro ha expuesto una contradicción fundamental en la estructura económica del país: mientras el Estado ha garantizado, sin titubeos, billonarias inversiones para proyectos de infraestructura manejados por grandes empresarios y banqueros, las necesidades reales del pueblo siguen postergadas o ignoradas.
La denuncia del mandatario parte de un hecho evidente: cuando se trata de cumplir con contratos que benefician a los grandes pulpos económicos, el Gobierno se ve forzado a garantizar recursos, a comprometer vigencias futuras y a imponer sanciones para quien no cumpla. Pero cuando se trata de proyectos que realmente transforman la vida de las comunidades, las reglas cambian, la burocracia se multiplica y las excusas se acumulan. Es en este punto donde Petro introduce la dialéctica entre el interés privado y el bienestar colectivo: ¿a quién debe responder el Estado en primer lugar? Su respuesta es clara: al pueblo, no al banquero.
Pero la crítica del Presidente no se queda solo en el plano de la denuncia. Petro plantea una visión estratégica para el país, una que implica romper con la dependencia histórica de los mercados tradicionales y asumir una posición más audaz en el escenario global. Durante años, Colombia ha limitado su comercio a una mirada casi exclusiva hacia el norte, ignorando otras oportunidades en el este, el oeste y el sur. El ejemplo de Ecuador es revelador: mientras ellos exportan miles de millones en productos pesqueros a Asia, Colombia sigue anclada en una pesca artesanal sin proyección internacional.
El llamado a los empresarios es entonces contundente: expandan sus horizontes. La economía global está en constante transformación, y seguir dependiendo exclusivamente de un mercado que puede fallar como el de Estados Unidos– es una estrategia de alto riesgo. Colombia, con su biodiversidad, su posición geográfica privilegiada y su potencial productivo, tiene todo para convertirse en un actor clave en el comercio internacional. Pero esto solo será posible si se deja atrás la mentalidad de enclave y se adopta una visión de país integrado al mundo.
La tarea es clara: desarrollar una industria que mire más allá de las fronteras tradicionales, fortalecer el aparato productivo y convertir a Colombia en un verdadero centro de oportunidades globales.
La denuncia de Petro, entonces, no es solo una crítica al modelo económico imperante, sino una invitación a los empresarios a asumir su papel en la construcción de un país que no dependa de unos pocos mercados ni de unas pocas familias privilegiadas. Es el momento de pensar en grande, de abrir caminos y de hacer que el desarrollo deje de ser un privilegio para unos pocos y se convierta en una realidad para todos.