Por Jairo Rivera Morales
Esto es con todo el respeto y la consideración que todos -tirios y troyanos, montescos y capuletos, olivos y aceitunos, moros y castellanos- me merecen: Quien se haya puesto en serio a estudiar nuestra historia sabe que, por ejemplo, Tomás Cipriano de Mosquera y Rafael Núñez, los dos “próceres” que engalanan los patios principales de nuestro Capitolio fueron infinitamente más sanguinarios que Jojoy, Guadalupe, Jesús Solano Sepúlveda, Boris o cualesquiera de los dirigentes guerrilleros que tuvieron puestos de comando en las FARC, la guerrilla liberal, el ELN o el M 19. Igual cosa ocurre con Laureano, Mariano, José A. Montalvo, Jorge Leyva, Álvaro Gómez Hurtado, Lucio Pabón Núñez o “El Supremo” teniente general Rojas Pinilla.
Lo que pasa es que Mosquera la mayor parte de las veces en las que fungió como sanguinario lo hizo en defensa del derecho y la justicia. Núñez, en cambio, lo hizo en apoyo de la arbitrariedad y la injusticia. Así son las guerras que, casi siempre, han precedido a la política.
El hilo de Ariadna de nuestra historia siempre ha sido rojo y la púrpura de los justos ilumina desde el ayer este “aquí y ahora” incierto pero esperanzador en que nos encontramos. Desde el amanecer de la República hasta hoy, casi siempre hemos sido violentos. Nuestra historia “republicana” se inauguró con el intento de ultimar a Bolívar y con el asesinato de Sucre, “el Abel de América”.
En la guerra de los mil días, con cuya deplorable realización nuestros mayores asistieron al amanecer del siglo XX -¡con pérdida de Panamá y todo lo demás!- perecieron durante sólo tres años doscientos cincuenta mil compatriotas cuando el país apenas contaba con una población de seis millones de habitantes. No le hagamos el juego a las “leyendas negras”, magnificando la crueldad de algunos para desprestigiar y desconceptuar a sus organizaciones.
Las guerras son crueles, inhumanas, asesinas. “Toda guerra es un delito de lesa humanidad” escribió nuestro paisano Darío Ortiz Vidales en su ponencia parlamentaria para el proyecto de ley de amnistía e indulto en el gobierno de Turbay Ayala. ¿Por qué bendecir los homenajes a los unos y estigmatizar los homenajes a los otros? Jaime Pava Navarro dijo una vez en un debate en el Senado, hablando sobre los trescientos mil muertos de la “primera violencia”: “Aquí todos somos culpables, de una manera o de otra, de esta tragedia colectiva; que nadie se solace tirando la primera piedra”.
La Presidenta del Comité que le otorgó el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos dijo en su discurso de Oslo que el setenta por ciento de las masacres cometidas durante la guerra que termina fueron perpetradas por los paramilitares y por el Ejército Nacional. No prestemos oídos sordos a esa realidad. Obviamente sin desconocer la responsabilidad de las guerrillas.
Escribo estas cosas sin el ánimo de mortificar. Son la verdad. Ojalá inciten a reflexionar.