Por Ángela María Robledo
Hannah Arendt nació en una familia judía en Hannover, Alemania, logró escapar al holocausto judío al huir primero a Francia en 1933 y después a los Estados Unidos donde se convirtió en ciudadana de este país y se dedicó a enseñar y a escribir sobre filosofía, moral y política. En muchas de sus obras buscó comprender lo que había significado para Alemania y para el mundo entero los horrores de la segunda guerra mundial y los devastadores efectos de la tríada: totalitarismo (no simplemente la dictadura), imperialismo (no simplemente la conquista) y antisemitismo (no simplemente el odio a los judíos) en la vida de los pueblos y en la dignidad de los seres humanos. Documentó cómo en las sociedades donde emerge el “mal radical” -mal humano sin límites- hay una voluntad de hacer superfluos a los seres humanos. Se destruye el pasado y presente de la condición humana, después de haber abolido el sentido mismo de la vida.
La guerra en nuestro país también ha logrado instalar entre nosotros ese “mal radical” al considerar que hay hombres y mujeres cuyas vidas deben ser destruidas, exterminadas. Vidas superfluas de las cuales se debe prescindir. La guerra es una máquina totalitaria cuyo fin es “hacer superfluos a los hombres“.
En muchas de las reflexiones de esta filósofa y en la manera como afrontó su condición de mujer judía, refugiada, intelectual y pensadora, encuentro en su biografía y en sus textos una constante fuente de inspiración y de aliento en momentos como los actuales donde parecería asistimos a una disolución de nuestro mundo político y espiritual. Hemos quedado atados a un pasado de guerra y odios.
Es en estos momentos donde releer algunos apartes de su libro Los orígenes del totalitarismo, se convierte en un llamado a la esperanza. Hannah Arendt convoca a asumir una actitud que nos permita comprender el momento que vivimos, ella lo hizo no solo respecto del horror de la Segunda Guerra Mundial, sino sobre los efectos morales y políticos del exterminio del pueblo judío.
Esta invitación a la comprensión que nos hace Arendt no significa negar los que nos ha resultado profundamente doloroso, inadmisible, significa en sus palabras “… examinar y soportar conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre nosotros -ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sido de otra manera-. La comprensión, en suma, es un enfrentamiento impremeditado, atento y resistente con la realidad”.
Este texto que la filósofa escribió con un incansable optimismo y una incansable desesperación, reivindica la capacidad de los hombres para producir nuevos comienzos y ese nuevo comienzo está garantizado por cada nuevo nacimiento.
Su llamado a la comprensión podría significar que colombianos y colombianas aceptemos asumir el peso de nuestra historia de violencia y muerte, confrontarnos con un pasado de horror y destrucción que va quedando atrás y mirar el presente y futuro desde el milagro del nacimiento de un nuevo comienzo. Cito de nuevo a la filósofa en su libro El concepto de amor en San Agustín: “el hecho decisivo que determina al hombre como ser con recuerdos conscientes es el nacimiento o la natalidad, el que hayamos ingresado al mundo por medio del nacimiento… la gratitud por el hecho que la vida nos haya sido concedida, una vida querida, incluso en la desgracia…”. Su fuerza moral e intelectual fue lo que le permitió a esta valiente pensadora exclamar desde un campo de internamiento de mujeres en Gurs, Francia, en 1940, en medio de la guerra: “la vida es maravillosa aun cuando el mundo parece espantoso”.
Nuestra guerra ha sido espantosa, pero hoy emerge tenuemente este nuevo comienzo en Colombia, ojalá logremos comprenderlo y darle una oportunidad a la vida.
@angelamrobledo
La Patria, Manizales.