Por Eduardo Sarmiento Palacio
En la última columna advertí que la economía estaba entrando en estado de índices negativos. Así lo confirman sin atenuantes las cifras reveladas para el primer mes del año. Las ventas del comercio, el consumo, la producción industrial y los agregados monetarios en términos reales descienden con respecto al año anterior. Por lo demás, las exportaciones y las importaciones industriales y agrícolas no muestran mayor reacción.
A este estado se ha llegado de la mano de los análisis y las proyecciones equivocadas del Gobierno, los organismos internacionales, las firmas calificadoras de riesgo y la Comisión Tributaria. Todos ellos coincidieron en señalar que la reforma tributaria basada en el IVA bajaría el déficit fiscal, mejoraría el déficit en cuenta corriente y reactivaría la producción. Como era apenas natural en una economía que operaba con inversión por debajo del ahorro, el expediente amplió los desajustes y acercó la economía a la recesión. Más aun, la banca de inversión Fitch condiciona el grado de inversión a que el déficit fiscal se reduzca de 3,9 % del PIB a 3,2 %, lo único que falta para consolidar la recesión.
Estamos en una economía en que el consumo y la inversión descienden y esta última lo hace a un mayor ritmo, a tiempo que el ajuste del déficit en cuenta corriente evoluciona lentamente. En el primer curso de economía se advertiría que el sistema se aproxima a la recesión, que los autores de la política se equivocaron y que es indispensable introducirle modificaciones de fondo.
Que otra cosa se esperaba. La crisis generada por la revaluación de diez años y la caída de los precios del petróleo se buscó arreglarlas dentro de la concepción dominante de libro de texto, que es la misma del FMI, de propiciar la devaluación con el tipo de cambio flexible y reducir el déficit fiscal causado por la pérdida de ingresos externos. Ciertamente, la receta les permitió a algunos países de América Latina enfrentar las crisis cambiarias de finales del siglo XX. Sin embargo, las condiciones son muy distintas en los últimos años, en que la tasa de interés mundial llegó a cero y las exportaciones están representadas en su mayor parte por commodities y operan con un componente importado que cada vez es mayor y se puede adquirir por pedazos a menores precios en los países con TLC. En este contexto, la austeridad fiscal y monetaria no corrige el déficit en cuenta corriente y conduce a un estado recesivo creciente.
En los circuitos oficiales los fracasos se presentan en forma generalizada y se atribuyen usualmente a factores políticos y económicos inevitables. No es cierto. La verdad es que las relaciones económicas que antes funcionaban dejaron de hacerlo y la investigación y el debate no han avanzado para sustituirlas por otros más representativos de la realidad. El mayor despropósito es pretender revertir el proceso con los mismos que causaron la crisis y las mismas políticas. El ministro de Hacienda lleva en sus hombros tres reformas tributarias y tres programas PIPE que han fallado reiteradamente. Los miembros de la Comisión Fiscal señalan que la reforma tributaria no fue suficientemente drástica y proponen repetirla el año entrante. El FMI, las firmas calificadoras y el Banco de la República no salen del dogma de la regla fiscal.
Lo que se plantea es hacer todo lo contrario. Hace dos años el mandado se hubiera podido adelantar con una intervención temporal en el mercado cambiario para moderar la devaluación, la ampliación del déficit fiscal y una política de estímulos a las exportaciones industriales y agrícolas. Ahora se requiere ir más lejos en aspectos proscritos, como el control de cambios y la financiación del déficit fiscal con emisión.
El Espectador, Bogotá.