Por Geovanna Melendres / El Telégrafo Entrevista con Armando Silva Téllez, filósofo y semiólogo colombiano que desarrolló la teoría de los imaginarios urbanos. El académico distingue la ciudad de lo urbano y cuestiona la mirada hegemónica de las ciencias sociales. Dificulta la lectura en procesos sociales, como el plebiscito por la paz realizado en Colombia. Hoy el mundo se lee desde la ciudad. Una muestra de ello fue Hábitat III, desarrollado en Quito recientemente, que congregó a visitantes de 193 naciones. Paralelamente, desde el auditorio de Ciespal, varios académicos, entre ellos Armando Silva, analizaron los imaginarios urbanos que atraviesan los problemas de la ciudad. ¿Cómo evalúa los temas planteados en Hábitat III, centrados en el acceso al espacio público, la violencia de género, la inseguridad, entre otros? El imaginario que domina al mundo es la inseguridad. El paradigma es fuerte y se acentúa en el uso de la ciudad por la noche. En general, la ciudad nocturna en América Latina está muy poblada por los miedos, lo que no ocurre en ciudades norteamericanas y europeas. Bogotá, por ejemplo, continúa en el paradigma de las ciudades más peligrosas. En los años ochenta se registraban 82 muertes por cada 100 mil habitantes, hoy en día la cifra es de 15 por cada 100 mil, pero la percepción de inseguridad es la misma. ¿Cuáles son las problemáticas transversales que, más allá de su ubicación en el mundo, hermanan a las ciudades? Mi trabajo se enfoca en los imaginarios y actualmente han surgido algunos con mucha fuerza: medio ambiente, casi todas las ciudades están preocupadas por el futuro; y el cuerpo, que yo diría pasó a reemplazar al alma, hoy todos se preocupan por cuidarlo, ejercitarlo, descansar, ser felices, llevar una buena vida sexual… Movimientos como slow foot van hacia allá, cuestionan por qué ir rápido en la vida, es un paradigma contra el capitalismo productivo. Ya no estamos tan preocupados porque las ciudades crezcan mucho sino porque ahora habitamos en espacios muy pequeños y la tecnología nos está afectando mucho. Hay problemas de desempleo y pobreza, sentimos que lo que tenemos no da abasto; y está surgiendo otro imaginario un tanto apocalíptico sobre el agotamiento de los recursos: vas a un hotel y te piden ser colaborador, que las toallas y las sábanas pueden usarse más de una vez; que no uses envases plásticos o pitillos. Hoy hablamos de la sociedad de la incerteza, que nos dice que hay límites, que se nos acaban los recursos, que no podemos dar respuesta a la pobreza. Y en ese ámbito se desarrolló Hábitat III. Pero lo que no se discutió allí y lo hacemos en Ciespal es que muchas de esas cosas no solo funcionan en la realidad física sino en las mentalidades. ¿Hacia dónde se dirigen las ciudades? Hacia un fortalecimiento de la ciudad por sobre el Estado, incluso diría, hacia ciudades más fuertes y naciones más débiles. Y ello va a la par con el debilitamiento de lo global, que no ocurrió. Es en la ciudad donde se debe atender qué pasa con el empleo, si la gente se alimenta, lo que ocurre con los derechos de género, si las mujeres tienen empleo… Hay una diferencia entre la ciudad y lo urbano, porque estamos en un momento histórico donde podemos ser urbanos sin vivir en la ciudad. Lo urbano es la mentalidad y la ciudad es lo físico, y avanzamos a un mundo que usará menos la ciudad y más lo urbano, y allí incide la tecnología: una persona puede no desplazarse a la ciudad para ir al trabajo, pero puede trabajar desde su casa. ¿Qué ventajas tiene ese proceso? Eso no lo sé. Todos los imaginarios que se construyen hoy en día como salvar el planeta, comer sano, acceder a más educación ofrecen respuestas a la gente. Un ejemplo de ello son aplicaciones como Uber o Waze, esta última te dice evite el tráfico y vaya por esta vía, eso es lo urbano. Y cada día surgen miles de apps que atienden esas demandas, de modo que la tecnología es determinante en la construcción del futuro, para bien o para mal, porque puede inducirnos, por ejemplo, a consumir menos comida chatarra o hacer más ejercicio. ¿Ese proceso acelerado de urbanismo deja como efecto lo que usted denomina incerteza? Sí. La tecnología nos da respuestas, pero también nos quita piso. Estamos avanzando en un mundo cada vez más etéreo, transparente pero que a la vez no tenemos la misma seguridad que antes sobre la religión, la familia… Estamos en un proceso en el que las instituciones han sido carcomidas por las nuevas movilizaciones. De lo que conozco, en Hábitat III las discusiones siguen siendo muy racionales. Y no es que no crea en la inteligencia, sino que hay aspectos de las emociones que son determinantes. En Colombia hubo la certeza de que un plebiscito por la paz ganaría; 10 encuestadoras afirmaron que ganaba el Sí con diferencias colosales sobre el No. Un día antes del plebiscito escribí un editorial hablando de que tras las elecciones quedaríamos en la incerteza. Y eso ocurrió. Con unos amigos analizamos aspectos del arte y los aplicamos a las ciencias sociales: las emociones, los afectos, el miedo al futuro. En las ciencias sociales la razón aún es dominante, mientras que en el arte no. Ya (Immanuel) Kant lo decía: el mundo no solo lo vemos desde la razón, sino también desde las sensaciones. Las encuestadoras en Colombia solo plantearon Sí o No, dejaron por fuera las emociones, entonces la misma Academia nos coloca en caminos sin salida. ¿Esa mirada racional propicia el divorcio entre la política pública y quienes habitan la ciudad? La academia misma se ha separado de la gente. Los imaginarios son una teoría que propone tanto los sentimientos como lo racional para comprender el mundo, porque los imaginarios contaminan profundamente tu manera de pensar, tal como sucede cuando estamos enamorados. Entonces, ¿cómo es posible que quienes investigaron acerca del plebiscito no vieran que hay rabia contra las FARC, rencores, que no hay perdón? ¿Eso revela que el poder también crea sus propios imaginarios? Era tal la seguridad del presidente (Juan Manuel) Santos que cuando le preguntaron por un plan B no lo tenía. Y ese no es un problema de Santos, sino de la academia porque los lineamientos para el análisis de la realidad siguen siendo hegemónicamente racionales y no están atendiendo a las emociones. ¿Eso explica por qué la ciudadanía no se apropia de los procesos? Cuando una autoridad inaugura una obra, al otro día aparece un grafiti o hay un mal uso de ella. Un grafiti, por ejemplo, puede que sea malcriado porque daña una pared, pero también dice algo de la comunidad. Son las herramientas que le quedan a la gente. Y está pasando con los medios tradicionales, que para mantenerse tienen que acudir a los blogs y nuevas tecnologías, donde -aunque no todos- se crean procesos democratizadores. A nivel urbano, vemos la ocupación de espacios emblemáticos, como los ‘Indignados’ en Madrid y sucede ahora en la Plaza de Bolívar en Bogotá, ocupada por universitarios convocados por redes para pedir la paz en Colombia. Hoy se habla de democracia sin ser democráticos, para poner el adorno de que todos caben. Y claro que han existido avances, por ejemplo, diría que vivimos una estética ‘trans’, el mundo contemporáneo es transgénero, translingüístico, transdisciplinario. En los años 90, por ejemplo, el movimiento feminista era muy fuerte, pero hoy, como cita un grafiti en Bogotá, a las feministas les salió bigote. El mundo contemporáneo ha roto todos los paradigmas hegemónicos y verticales; en el mundo trans el diferente cabe. ¿Y cómo influye esa estética ‘trans’ en la vida de la gente? En la Feria del Libro de Bogotá llegó un youtuber de 27 años y en un día generó más de 2 millones de visitas, hasta tuvieron que cerrar la feria. Algunos dijeron “¡qué falta de cultura de los bogotanos!”, pero no se trata de eso, sino que hay una sensibilidad hacia él; entonces aprendamos del youtuber. La clase política, los pensadores y los medios están separados de la gente, que ha crecido en mentalidad, está cada vez mejor informada y hay que producir rupturas. El Nobel para Bob Dylan es interesante porque nos dice que la literatura no solo está en las novelas y los poemas, sino en la canción. El Telégrafo, Ecuador.]]>