EDITORIAL TSC /
El deplorable espectáculo de la reciente Convención del Partido Liberal en la que sin discursos, ni deliberación y con policías a bordo, se reeligió en medio de una gran gritería al expresidente César Gaviria Trujillo como director de la colectividad, confirma lo que ha venido sosteniendo la senadora del Pacto Histórico, Clara López Obregón con ocasión de la reforma política que se debate actualmente en el Congreso de la República: en Colombia prevalece “la ley de hierro de las oligarquías”, parafraseando al sociólogo y politólogo alemán Robert Michels (1876-1936), quien en 1911 publicó su libro ‘Los partidos políticos’.
Y aunque en este país los partidos fueron en su momento fuerzas de opinión que jalonaron voluntades populares, su trayectoria histórica que comienza a mediados del siglo XIX da cuenta que a su interior muy poco o casi nada se han practicado métodos democráticos. La escogencia de candidatos a cargos de elección popular ha sido a dedo o por la voluntad de quien maneja el bolígrafo en la confección de las listas.
Esa dictadura “de las oligarquías” predomina hasta hoy, como lo demuestra la lamentable pantomima de “convención” que montaron Gaviria y sus correveidiles en Cartagena y la trajo a colación la congresista López Obregón durante su intervención en el debate de la reforma política que da vía libre al trasfuguismo político en la Comisión Primera del Senado, cuando señaló que ella si hubiera querido, habría podido quedarse en la Presidencia del Polo Democrático utilizando las ya conocidas triquiñuelas politiqueras para eternizarse en los cargos de dirección, pero prefirió renunciar.
La profunda crisis de los partidos políticos que en Colombia solo sirven de aparatos para expedir avales en épocas electorales devalúa aún más el decadente sistema de “democracia formal” existente en Colombia. Los partidos, infortunadamente en la democracia liberal, son instituciones viejas pero necesarias para intermediar la representación ciudadana, aunque la experiencia muestra que muy poco cumplen con esa función, porque en la mayoría de los casos han terminado sirviendo a intereses individuales, ocultos y/o corporativos, según como se obtenga además la financiación de las campañas, tema demasiado complejo en un mundo con mentalidad neoliberal donde lo que prevalece es la ambición, la codicia y la concupiscencia.
Es más que evidente el déficit democrático que prevalece en las colectividades políticas colombianas, lo cual contamina todo el sistema institucional que termina infiltrado por las camarillas políticas tradicionales para que sus recomendados instrumentalicen el Estado según sus conveniencias como ha sido la costumbre desde tiempos inmemoriales en este país.
No obstante, esta grave falencia, es interesante el paradigma de novedosa organización partidista que se está abriendo paso en países como México, gracias al legado político del expresidente Andrés Manuel López Obrador (2018-2024). Se trata de lo que se ha denominado partido-movimiento que interactúa con un pie en las instituciones y el otro –de manera permanente- en los movimientos, las calles y las plazas. Es local y global, con organización de partido y con proyección de movimiento, racional y sentimental, urbano y rural, ecologista, nacionalista e internacionalista, con amplia participación de los jóvenes, el feminismo, las minorías étnicas, los colectivos LGTB+, los sindicatos y las organizaciones de base. Propugna por la democracia interna en cuanto a sus decisiones y escogencia de sus dirigentes; es ejecutivo, deliberativo y estimula el activismo permanente de su militancia.
En el caso mexicano con el ascenso de la presidenta Claudia Sheinbaum, la dirigencia de Morena (el partido oficial) mantiene una armónica relación y comunicación con el Gobierno, genera una interlocución permanente con las comunidades de todas las regiones y cuenta con un sólido centro de pensamiento que de manera permanente genera actividades académicas, debates y cursos de formación política.
El partido-movimiento tiene mayor legitimidad temporal que los liderazgos carismáticos porque constituye un ejercicio político que a la vez que emana de las bases, toma las decisiones deliberando.
De esta manera se contrarresta la deriva personalista de la política porque las decisiones de trascendencia se adoptan desde las bases, activas y participantes, que impiden cualquier desviación. Porque la garantía de hacer política en favor de las mayorías está en la organización, no en personas concretas.
Lamentablemente en Colombia estamos lejos aún de posibilitar un ejercicio democrático como el modelo de partido-movimiento, pero es hacia esta concepción de organización partidista que se debe replicar si se busca construir “democracia” (entre comillas) en un país en el que su significado y sentido continúa siendo una abstracción.
No se puede pretender que la ley haga lo que en su interior no hacen los partidos, más en una sociedad como la colombiana en la que todos los requisitos legales terminan siendo burlados, por lo que ha hecho carrera el aforismo según el cual “hecha la ley, hecha la trampa”.